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Días de gloria en Asia Central

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Días de gloria en Asia Central
Por Rafael Serra
Cada vez que Swarovski Optik, la afamada firma austriaca de prismáticos y telescopios, tiene alguna novedad que presentar, lo hace mediante un viaje ornitológico a los mejores lugares del mundo para observar aves. Este año la cita ha sido en Kazajistán, con buena parte de la estancia centrada en el complejo lagunar de Tengiz-Korgalzhyn y una breve visita a las montañas del Tien Shan.

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El salto de la ciudad a la estepa es brusco. No hay suburbios de transición. Las últimas casas, aún en obras, limitan con una llanura interminable, salpicada de lagunas y pequeños cursos de agua. Si Las Vegas nació de la nada, en medio del desierto de Nevada, Astaná ha brotado en plena estepa de Asia Central. Poco después de que Kazajistán se independizara de la Unión Soviética en 1991, su presidente electo, Nursultán Nazarbayev, decidió trasladar la capital a una pequeña localidad del norte llamada Akmola, donde un siglo atrás los zares habían levantado un fuerte para controlar los vados del río Ishim. La capital histórica, Almaty, por donde pasaba un ramal de la mítica Ruta de la Seda, sigue siendo hoy una urbe cosmopolita, pero ha perdido los órganos de gobierno, las embajadas y la sede de las grandes empresas.
Akmola, convertida en Astaná –que en kazajo significa literalmente “capital”–, tiene un aire extraño, como si fuera el decorado de una superproducción cinematográfica: rascacielos, centros comerciales, amplias avenidas, bloques de apartamentos, mezquitas deslumbrantes… De ahí el fuerte contraste con la estepa inmediata y su sobrecogedor paisaje. Al contemplarlo, se entiende que la forma de vida ancestral de los kazajos fuera el nomadismo. No había otra forma de aprovechar los recursos naturales que deambular con los rebaños en busca de los mejores pastos en cada estación. Sobre todo cuando se vive en uno de los lugares del mundo más apartado de cualquier costa, donde el clima continental extremo hace que las temperaturas caigan por debajo de los -20ºC en invierno y alcancen los 30ºC en verano.
Nadie podía imaginar que en estas desolaciones se encontrara uno de los puntos calientes para la avifauna más singulares de todo el planeta, la Reserva Natural de Korgalzhyn, declarada sitio Ramsar (1976), Patrimonio de la Humanidad (2008) y Área Importante para las Aves (2009). Una de sus especies más características es, sin duda, la avefría social (Vanellus gregarius), cuyas poblaciones han sufrido una drástica disminución en los últimos años. Ella era la principal responsable de que nos encontráramos en Kazajistán, ya que Swarovski Optik, la prestigiosa firma austriaca, financia un proyecto de conservación de la avefría social en el complejo lagunar Tengiz-Korgalzhyn y tuvo la gentileza de invitar a un grupo de periodistas, fotógrafos y ornitólogos a visitar la zona a mediados de mayo para probar sobre el terreno tres de sus nuevos productos. Pero Korgalzhyn es mucho más que la avefría social.
A través de la estepa
Nada más salir de Astaná sorprende que se vean tantas grajas (Corvus frugilegus) y, en consecuencia, una pequeña rapaz que tiende a usurpar sus nidos, el cernícalo patirrojo (Falco vespertinus). Nuestro grupo, compuesto por 24 personas, viaja en dos furgonetas y los gritos de “¡Stop, please!” son constantes desde el principio. La carretera lleva a ambos lados un rosario de elementos verticales, postes del tendido eléctrico y arbolillos, que rompen la soberbia majestad horizontal de la llanura y sirven de eventuales posaderos. También empezamos a ver bastantes aguiluchos papialbos (Circus macrourus), frecuentes aquí pero raros para un español, para la mayoría de los europeos y no digamos para los americanos. Lo mismo pasa con la calandria negra (Melanocorypha yeltoniensis), una de las aves más apetecidas por casi todos durante los preparativos del viaje y que resulta ser abundantísima. Es frecuente verla posada en las cunetas, como las cogujadas, e incluso sobre el mismo asfalto. Los conductores no se explican nuestro interés por esos pajarillos de plumaje negro e intercambian sonrisitas en cada parada forzada. También hay ocasión de debatir si las tarabillas que vemos pertenecen a la especie nominal (Saxicola torquata) o a la subespecie maura, propia de Siberia y a la que algunos autores otorgan rango de especie (S. maura). Desde luego, todos vemos más blanco en el cuello de lo que estamos acostumbrados, aunque no tanto en el vientre.
Pero lo mejor estaba aún por llegar. Más cerca de Astaná que de Korgalzhyn obligamos a frenar bruscamente a los conductores. A pocos metros de la carretera divisamos la primera parejita de grulla damisela (Grus virgo), deambulando con elegancia por la estepa. La escena es idéntica al dibujo de Dan Zetterström en la guía que firma junto a Mullarney, Svensson y Grant, como si la hubiera tomado del natural. Allí, sentado en el talud, me digo que ya sólo por esa imagen ha merecido la pena apuntarse a tan largo e intenso viaje. Las damiselas tienen las plumas de la cola alisadas, como el faldón de una levita, y sobre el largo cuello negro destacan como destellos los penachos blancos que surgen detrás del ojo. Son más pequeñas y esbeltas que nuestra grulla común (Grus grus) y, otra cosa rara, muy silenciosas, incluso en vuelo. Nos estamos un buen rato embobados con las grullas damiselas, como antes con las calandrias negras, e incluso tenemos la oportunidad de presenciar un conato de parada nupcial. Impresionante.
Pendientes de las aves que no hemos visto nunca, reparamos poco en las muchas que compartimos con esta región de Asia Central. Las alondras comunes (Alauda arvensis), sin ir más lejos, están en pleno apogeo y los machos inundan el aire con sus gorjeos. ¡Qué explosión de vida! Sospecho que nuestra primavera es ahora mucho más silenciosa. Otra especie compartida es el flamenco (Phoenicopterus ruber), que tiene en estas lagunas sus colonias de cría más septentrionales. Su mera presencia indica que, dentro del conjunto lagunar, hay masas de agua dulce y salinas, lo que dispara la biodiversidad. Empiezo a percatarme de que todo esto es como una Mancha Húmeda gigantesca, con notables similitudes en cuanto a paisaje y avifauna. Poco más adelante, ya con prisas, llegamos por fin al pueblecito de Korgalzhyn, donde están a punto de inaugurar un centro de visitantes y nos esperan para almorzar.
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