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Los quijotes de Phoracantha

domingo 29 de abril de 2018, 20:05h

Es fácil dejarse llevar por el desánimo ante la avalancha de agresiones que sacuden al mundo natural. La nuestra es una vocación que no termina de acorcharse, como se supone que ocurre en los juzgados de guardia o las urgencias hospitalarias. Sin embargo, si echamos la vista atrás con un poco de perspectiva y optimismo, el balance no es tan sombrío como parece. En un plazo de tiempo bastante breve, por ejemplo desde 1975 y la Transición Democrática, han sido muchas las batallas ganadas, no por la fuerza, sino mediante la razón y el convencimiento.

Ahí tenemos, sin ir más lejos, el trigésimo quinto aniversario del Parque Nacional de Cabañeros, factible gracias a que un puñado de activistas conjurados en torno al grupo Phoracantha lograron lo impensable: que un campo de tiro se convirtiera en espacio natural protegido. La revista Quercus tuvo un papel decisivo en aquella proeza, como recuerda Benigno Varillas unas pocas páginas más adelante, asistido por José Manuel Reyero y otras muchas personas que invirtieron tiempo, entusiasmo y rebeldía en una ocupación simbólica y ya histórica.

También evocan aquellas glorias José Ignacio López-Colón y José Luis García Cano, aunque hablan de los insectos del género Phoracantha, un azote de los eucaliptos que inspiraron a Antonio Rozalén el nombre de aquel grupo de intervención rápida. Ambos pertenecen a Ecologistas en Acción, que cumple veinte años de andadura en diciembre de este año, y muchos más si nos remontamos a los orígenes de algunas de las trescientas organizaciones que se integraron entonces en esa confederación estatal. Hay ya una historia que contar y es, en términos generales, una crónica cuajada de altruismo, ilusión y no pocos logros.

Puestos a celebrar aniversarios, la antigua Adena y actual WWF-España cumple en 2018 nada menos que 50 años. Sólo superada por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), que debe andar ya por los 64 años. En los orígenes de estas veteranas organizaciones aparecen nombres de resonancias míticas, como Félix Rodríguez de la Fuente, Francisco Bernis o José Antonio Valverde, por citar sólo a algunos de los más conspicuos. Pero han sido cientos, miles, los que han derrochado tiempo y honestidad en defender la naturaleza. Un empeño quijotesco, si se quiere, pero cargadito de buenas razones. ¿Acaso hubo en su tiempo mentes tan preclaras como la del hidalgo

manchego? Un idealista, un hombre de honor, un defensor de los débiles, un enamorado… Tomado, claro está, por loco.

Los quijotes que hoy se dedican a defender la naturaleza –y no hablaremos aquí de su lucha contra los molinos de viento– también son tachados de ingenuos. Pero ahí están sus obras para comprobar lo mucho que han influido, con actitudes y buen criterio, para que el panorama sea algo mejor de lo que se vislumbra. Paciencia y barajar, porque hay mucho en juego y nunca hemos tenido unas organizaciones tan sólidas y experimentadas, ni tantos argumentos basados en el sentido común, la solidaridad y la mejor ciencia disponible. Vale, hay otros intereses más poderosos, una inercia difícil de vencer, poquitas ganas de cambiar de hábitos, pereza. Pero la realidad es tozuda y no quedan muchas alternativas viables.

Lo malo es que, en periodos de crisis global, la tendencia histórica apunta a conflictos dolorosos y sangrientos. Pero también es cierto que podemos aprender de los errores del pasado, más que nada para evitar que se repitan. Aunque siempre habrá quien piense que la Ínsula Barataria está muy bien para los teóricos, para los iluminados, no para la gente que vive con los pies bien asentados sobre la tierra. Una tierra, por cierto, cada vez más escasa, pobre y seca.

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