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Respuestas de los lectores al reto del mes de septiembre

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
El pasado mes de septiembre nos preguntamos por el papel del altruismo entre individuos de la misma especie y valoramos
la utilidad de la regla de Hamilton para explicarlo.
Para Martín F. Arévalo (Madrid), parece claro que no existe altruismo desinteresado entre los miembros del Reino Animal y así lo manifiesta en los tres casos que comentamos en el artículo: “Las abejas obreras no son altruistas (...), funcionan como órganos propios de la reina y del zángano que aseguran la supervivencia de éstos y de su descendencia. Como no tienen capacidad para reproducirse, defienden con su vida la de su madre y padre. (...) Su muerte es como preferir amputarse un dedo antes que perder la cabeza. (...) A las avispas del higo les gusta copular. (...) Pocas, muy pocas, son las sensaciones agradables entre tantas y tan permanentes amenazas a la supervivencia. Estar descansado y tranquilo, saciar la sed, comer bien y ¡cómo no! copular. A mi modo de ver, no hay mayor placer que la cópula. (...) En ese momento no hay altruismo que valga. (...) En cuanto a la elefanta abuelita, suponiendo que fuera cierta por completo toda esa bella historia y que no sea una milonga humanizada de un comportamiento mucho más sencillo, tampoco sería un hecho altruista. (...) Un comportamiento aparentemente altruista puede ser beneficioso si se está utilizando de forma sistemática en muchos comportamientos entre diferentes miembros de un grupo que, de forma global, son rentables. Por ejemplo, la ayuda del nieto a su abuela es altruista, pero cuando vuelva a repetir ese mismo comportamiento con sus hijos o padres no lo será tanto.”
Como conclusión a su alegato y en su típico estilo directo, Martín asegura: “El altruismo en sí no existe. Cuando doy cinco céntimos a un indigente no lo hago por él (evidentemente Martín, porque con cinco céntimos hoy en día...), sino por mí: por satisfacción personal, por el qué dirán, para que se vaya de ahí, en compensación por la música...”

Más escepticismo
En similares términos se expresa Jorge Baonza Díaz (Bustarviejo, Madrid) cuando comenta que “el altruismo presenta serios problemas de encaje con la selección natural. El primero y más evidente es documentar que existe y en los ejemplos planteados no está tan claro. Además, para decir que hay una tendencia hacia comportamientos altruistas deberían observarse numerosos casos (para establecer que dicho comportamiento tiene una frecuencia significativa) y no un caso aislado.” Jorge da luego su interpretación personal de algunos ejemplos del artículo: “En el caso del zorzal que emite un chillido ante un depredador, los costes y beneficios pueden ser muy variables según las circunstancias: puede buscar el efecto desbandada que perturbe la fijación del depredador en una presa concreta, con lo que incluso tal vez podría intentar desviar la atención del depredador hacia otros miembros del bando si percibe que él es el atacado (y el comportamiento en vez de altruista sería egoísta), o puede pretender proteger al resto del bando cuando el zorzal que detecta primero al depredador ya es capaz de eludir el ataque (hay que recordar que los depredadores no son ni mucho menos infalibles). Además, si el chillido lo emite cuando va a ser inevitablemente apresado, tampoco hay beneficio para el resto del bando, con lo que sería un comportamiento inocuo. (...) En el caso de los insectos sociales caben más dudas de que realmente haya altruismo, pues no puede decirse que las hembras renuncian a su propia progenie en beneficio de la reina, pues el hecho de no reproducirse no es una decisión voluntaria o, mejor dicho, propia, sino que son estériles por la crianza recibida. La teoría del superorganismo que se aplica a estos insectos sociales explica mejor el fenómeno. (...) En el sorprendente caso comentado de los elefantes, cabe hacer una primera consideración sobre la interpretación de la actitud de los individuos. Se sabe que en los elefantes, dada su inteligencia, es importante la experiencia, por lo que cuidar a una vieja hembra moribunda puede ser valioso para el grupo si cabe la posibilidad de que se recupere. Y este parece ser el caso descrito en el artículo, pues cuando aparentemente perciben que su situación es irreversible, lejos de seguir cuidándola proceden a matarla en un caso aparente de eutanasia animal. Sorprendente mezcla de sentimientos y frío cálculo que se antoja muy humana.”
Donde ya no parece tan seguro Jorge es en el mecanismo por el cual se pudieran fijar genéticamente las pautas que él mismo ha propuesto, y concretamente “en el caso de los elefantes, parece muy difícil que pudiera aparecer un carácter que obligara a ‘ayudar a los semejantes salvo que vayan a morir irreversiblemente’, que implica un preciso análisis de la situación. Ni siquiera parece plausible un carácter tal como ‘ayudar a los semejantes’, por ser ya de por sí excesivamente ambiguo y complejo: ¿Qué es ayudar? ¿Cuáles son los individuos emparentados? ¿Cómo distinguir el grado de parentesco o calcular el grado de riesgo de antemano para ‘aplicar’ óptimamente la regla de Hamilton? En estos casos en los que la inteligencia juega un papel destacado, tal vez el reduccionismo que plantea dicha regla no sea muy explicativo y el altruismo sea una consecuencia de la vida social inteligente: uno puede ayudar a sus semejantes, a los cuales reconoce, esperando recibir un trato parecido.”

El proceloso mundo de
los insectos sociales

Para finalizar, Jesús Almón Iglesias de Castro (Carballedo, Lugo) critica las limitaciones de la regla de Hamilton, a la que vaticina que “tarde o temprano se vendrá abajo por el peso abrumador de los hechos en contra.” Para sostener esta afirmación aporta una buena batería de datos sorprendentes, todos ellos dentro del ámbito de los insectos sociales. Tras hacerse eco de cómo la regla explica la renuncia a la paternidad por parte de las hormigas obreras, argumenta: “Pero ahí está la vida social de las termitas, la misma renuncia en las obreras y soldados del termitero por dejar descendencia para cuidar de hermanos o hermanas. Sin embargo, no tienen más genes en común con esos que con su descendencia, de tenerla.” Volviendo al caso de las hormigas apunta: “Muchas hormigas de un hormiguero son hermanas, pero la mayoría pueden ser sólo medio hermanas, pues la reina, en muchas especies, suele ser fecundada por varios machos tras el vuelo nupcial. (...) Este hecho ha sido reconocido por el propio Edward O. Wilson, que sale al paso suponiendo que quizás las obreras distingan a sus auténticas hermanas a las cuales les dedicarían más atenciones (¿?¡!)” Jesús también comenta cómo “W. Goetsch, en su obra La vida social de las hormigas, nos cuenta que bastantes hormigueros que se quedan sin reina madre admiten sin problemas la entrada de una joven reina extraña. A veces esa reina pertenece a una especie distinta. Es como si lo que realmente les importase a las obreras fuese la supervivencia del hormiguero, más que la de sus propios genes.” En la extensa carta de Jesús se citan otros muchos casos que vamos a repasar brevemente por limitaciones de espacio: los hormigueros poligínicos con varias reinas activas, las reinas parásitas que se introducen en hormigueros de otras especies y matan a la reina auténtica para ocupar su lugar; la facilidad con que las abejas ajenas son adoptadas por la colmena previo pago de algo de comida, las hormigas que son raptadas y esclavizadas por las de otra especie y se convierten en activas defensoras de sus carceleras... Un impresionante conjunto de evidencias que en mi opinión dan mucho que pensar.
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