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Hormigas esclavistas

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Hormigas esclavistas
Las sociedades esclavistas de las hormigas han despertado la fascinación de los
entomólogos desde hace décadas y aun
hoy plantean una serie de interesantes

incógnitas. Desde hace más de veinte años, Alberto Tinaut y Paqui Ruano trabajan
con una de estas sociedades
esclavistas en Sierra Nevada.
Sentado sobre una roca cerca de la carretera que va a Pradollano, en Sierra Nevada, espero con la cámara colocada en el trípode y el objetivo macro a que aparezca algún ejemplar de hormiga Rossomyrmex. En pleno mes de julio, a la una y media de la tarde y a 2.000 metros de altura, el sol puede ser algo más que molesto, máxime si no hay ninguna sombra a muchos metros a la redonda en este cantil de matorral chaparro orientado a poniente. Media hora antes hemos encontrado un nido de nuestra esquiva hormiga y, como sabemos que su actividad diaria coincide con las horas centrales del día, de 12 a 14 y de 17 a 19, espero pacientemente a que algún inquilino dé señales de vida.

De pronto, veo un automóvil subir por la carretera. ¡Caramba! Juraría que el conductor me ha dirigido una mirada irritada al pasar a mi altura. ¡Ca! Figuraciones mías. Al poco, otro vehículo vuelve a pasar y creo percibir de nuevo la misma expresión de enfado. Pero bueno, ¿qué estaré haciendo de malo? Cuando poco después se lo comento a Alberto Tinaut, uno de mis acompañantes en esta excursión, no puede reprimir una sonrisa: “Lo que sucede es que esta carretera se usa para probar nuevos prototipos de vehículos” –aclara risueño–. “Los conductores te han visto sentado cerca de la carretera con tu equipo fotográfico y han supuesto que eras un espía industrial.” Misterio resuelto. Aunque, bien pensado, la suspicacia de los pilotos no andaba tan descaminada después de todo. Al fin y al cabo, si he subido a estas alturas es para espiar un tipo de conducta sorprendente: nada menos que el esclavismo en cierta especie de hormiga.

Parasitismo social
¿Hormigas esclavistas? Desde hace décadas se sabe que el esclavismo es una modalidad de parasitismo social entre las hormigas. Si se pregunta a un estudiante de biología qué entiende por parasitismo, responderá que es la relación ecológica en la que un ser vivo se beneficia a costa de otro, al que provoca un perjuicio sin ocasionarle la muerte. Como definición académica no está mal, pero lamentablemente la realidad no es tan dócil y, al aplicarla a situaciones concretas, puede que no sea lo suficientemente explícita. Vista la dificultad para definir sin ninguna ambigüedad qué se entiende por parásito, Brooks y McLennan concluyeron socarronamente que parásitos son aquellos organismos estudiados por personas que se denominan a sí mismas parasitólogos. El parasitismo social, en concreto, se refiere a situaciones en las que una sociedad de insectos se desarrolla a expensas de otra sociedad de insectos, perteneciente a una especie diferente. El daño que recibe la sociedad hospedadora se traduce generalmente en la muerte de la reina y en que las obreras hospedadoras van a trabajar en beneficio de la descendencia de la parásita y no de la propia.

Si bien el parasitismo social puede aparecer en muchos grupos de himenópteros, es en las hormigas donde alcanza su máxima expresión. De las 10.000 especies de hormigas descritas, unas 220 son parásitas, y de ellas la mayor parte se encuentran en el hemisferio norte. Un caso particularmente pintoresco lo constituye el género Teleutomyrmex, en el que las obreras han desaparecido y sólo hay seres sexuados. La reina parásita penetra en el hormiguero hospedador adoptando una actitud agónica, con lo cual evita la agresividad de las futuras hospedadoras. Cuando localiza a la reina hospedadora se sube encima de ella, sin matarla, y así permanece el resto de su vida. En esta posición es cuidada y alimentada como si se tratara de la auténtica reina y sus huevos son igualmente atendidos. Cuando eclosionen, sólo darán seres sexuados (machos y reina) de la especie parásita.

Algo que resulta sorprendente del parasitismo social es la estrecha relación filogenética que hay entre hospedador y parásito, lo que contrasta con el parasitismo convencional que generalmente afecta a especies de diferente filum. En el parasitismo social, por el contrario, están involucradas frecuentemente especies de un mismo género, como puso de manifiesto a principios del siglo XX el entomólogo C. Emery, al afirmar que el parásito está más próximo al hospedador que a ninguna otra especie. Eduard O. Wilson, por su parte, encuentra muy enigmático que una misma especie pueda ser origen de su propio parásito y propone como explicación un origen alopátrido del parasitismo, según el cual se parte de una única población separada en dos subpoblaciones tras la aparición de una barrera geográfica. Posteriormente, al desaparecer la barrera, las dos subpoblaciones se ponen en contacto de nuevo y entonces una de ellas se convierte en parásita de la otra. Empero, esta explicación plantea un interesante problema: ¿cómo es posible que una población pueda llevar una vida libre y, al contactar con la otra, desarrolle una estrategia parásita? Por ello se ha propuesto como alternativa un origen simpátrido, que supone que en una especie con características preparásitas una subpoblación genéticamente diferente de la original se aísla reproductivamente pero sigue viviendo a costa de la población ancestral.

Esclavismo en Sierra Nevada
La presencia de hormigas del género Rossomyrmex en Sierra Nevada fue descubierta por Alberto Tinaut en el año 1981, mientras recorría estas montañas muestreando hormigas para su tesis doctoral. Al levantar una piedra descubrió en el mismo hormiguero dos hormigas juntas de distinta especie. Este hecho, que hubiera sido perfectamente irrelevante para cualquier otro, desató la curiosidad de Alberto. Una de ellas era Proformica longiseta, pero ¿y la otra? ¿Podría estar ante un caso de parasitismo social? Su intuición se confirmó tras mandar la enigmática hormiga a Cedric Collingwood, experto inglés en estos insectos, quien confirmó que se trataba de una especie del género Rossomyrmex, pero desconocida para la ciencia, ya que hasta ese momento el género sólo se había descrito en las llanuras del mar Caspio. La nueva especie, endémica del sistema Bético, fue bautizada como Rossomyrmex minuchae y pronto se confirmó que esclavizaba a la primera.

Desde entonces, Alberto y su mujer Paqui se han aplicado codo con codo al estudio de esta peculiar interacción. Ambos han descubierto que, cuando llega el mes de julio, los machos de Rossomyrmex fecundan a varias hembras aladas y a continuación cada hembra se va a formar un nuevo hormiguero. Mediante un riguroso (y tedioso) seguimiento de las hembras, comprobaron que la mayor parte de ellas mueren depredadas por lacértidos o arañas, pero unas pocas pueden formar nuevos hormigueros en los que ponen los huevos. Se sospecha que dos años después están preparadas para iniciar los ataques esclavistas.

Tales ataques se producen, igualmente, durante el mes de julio, ya que durante buena parte del resto del año su hábitat está cubierto por la nieve. Las hormigas recorren incansables su territorio en todas direcciones, hasta que una de ellas encuentra un hormiguero de Proformica y entonces regresa al suyo propio. ¿Cómo comunica a las demás hormigas el emplazamiento de sus futuras víctimas? A diferencia del resto de las hormigas esclavistas, que se dejan guiar por el rastro de feromonas dejado por sus compañeras precedentes, Rossomyrmex sigue una estrategia muy peculiar. En cuanto la hormiga que ha hecho el descubrimiento encuentra a otra de su misma especie la coge literalmente en brazos (con sus mandíbulas, para ser exactos) y la lleva hasta el hormiguero de Proformica. A continuación, las dos regresan, cada una por su propio pie, en busca de otras dos congéneres para cargar con ellas y llevarlas de vuelta al hormiguero hospedador. Después estas cuatro cargarán con otras cuatro más y así sucesivamente. Llega un momento en el que el número de Rossomyrmex que llegan al hormiguero de Proformica es de 60 a 90 individuos, suficientemente grande como para iniciar el ataque. El método parece poco eficiente comparado con el de los rastros de feromonas, pues este último requiere pocos segundos para movilizar a un ejército esclavista de hasta mil individuos.

Cuando la avanzadilla ataca el hormiguero hospedador, se entabla un pequeño combate entre ambas especies en el que las defensoras oponen una débil resistencia al tiempo que las invasoras excavan hasta las cámaras menos profundas para acceder a los nidos, donde se apoderarán de las larvas. Finalmente, las larvas serán transportadas al hormiguero parásito para que, cuando crezcan, se conviertan en diligentes servidoras de las aristocráticas Rossomyrmex.

¿Hormigas mafiosas?
Se ha comprobado que la especie esclavista Rossomyrmex gana siempre en todas las confrontaciones con la hospedadora Proformica, pero el grado de agresividad de las razias es menor entre especies simpátricas (aquellas en las que ambas coexisten en el mismo territorio), que entre especies alopátricas (las que viven en territorios no solapados). Una pauta de comportamiento que recuerda al sistema mafioso que los hermanos Manuel y Juan Soler han descrito en estas mismas páginas con respecto a ciertas aves parásitas.
¿Sistema mafioso? Ciertamente, los ecólogos gustan de buscar metáforas, procedentes de los más diversos ámbitos, para ilustrar los fenómenos que observan en el medio natural. En un caso de parasitismo, los llamados “sistemas mafiosos” consisten en que el castigo que el hospedador recibe por parte del parásito es más intenso cuanta mayor sea la resistencia que opone a ser parasitado. Este fenómeno ha sido muy estudiado en la relación de parasitismo que establecen los críalos (Clamator glandarius) con las urracas (Pica pica), en la que los primeros depositan sus huevos en los nidos de las segundas para que los críen. En ocasiones, sin embargo, la urraca hospedadora detecta el engaño y desplaza el huevo intruso fuera del nido, pero entonces el críalo parásito procede a destruir toda la puesta de la urraca. En definitiva, a la urraca le interesa asumir el chantaje que supone criar un huevo ajeno, para evitar males mayores, al más genuino estilo “Chicago años treinta”.

Esta dinámica es semejante a la descrita previamente, en la medida en que las hormigas hospedadoras simpátricas sufren un castigo sensiblemente menor que las alopátricas al desplegar una defensa más suave frente al ataque de las esclavistas.

Cuestiones varias
Por todo lo visto hasta ahora, parece evidente que el esclavismo en las hormigas plantea una serie de cuestiones no resueltas satisfactoriamente. ¿Por qué la mayor parte de las hormigas parásitas se localizan en latitudes templadas del hemisferio norte, a diferencia del resto de los parásitos que medran preferentemente en los trópicos? ¿O cómo se explica la estrecha afinidad filogenética entre hospedador y parásito? Si nos ceñimos al caso concreto de Rossomyrmex, ¿por qué no recurren a la estrategia del rastro de feromonas, que emplean incluso especies de hormigas esclavistas muy próximas evolutivamente, y practican en su lugar un mecanismo menos eficiente?
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