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Charles Darwin / 200 Aniversario (1809-2009)

Un siglo y medio de la teoría de Darwin… y de intentos de esquivarla

Por Juan Moreno

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Desde que fuera postulada en 1859, la teoría de la evolución por selección natural de Darwin ha resistido muy bien el paso del tiempo y el embate de nuevas y sugerentes ideas, como el equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould o la simbiogénesis de Lynn Margulis. Al margen de creacionismos y diseños inteligentes, un siglo y medio de estricto debate científico otorga una base bastante sólida a cualquier teoría.
Este mes hace dos siglos que nació en Inglaterra la persona que propuso la que alguien ha llamado “la mejor idea que nadie haya tenido jamás”, la teoría sobre evolución por selección natural. Esta persona, Charles Darwin, no sólo propuso dicha idea de forma absolutamente original, sino que ofreció un impresionante cúmulo de evidencias a favor de la misma en su obra y exploró sus posibles implicaciones para los seres vivos en numerosos aspectos de la biología, desde el estudio de los fósiles al de los efectos de la domesticación, la selección sexual, la polinización o la formación del suelo y los arrecifes de coral. Muchos confunden la teoría de Darwin con la propuesta de que los seres vivos han evolucionado en el transcurso de la historia del planeta, algo que varios científicos y pensadores habían ya imaginado antes que él, incluido su propio abuelo Erasmus Darwin. Sin embargo, las teorías anteriores incluían todas ellas un claro componente de direccionalidad hacia objetivos de creciente complejidad para culminar con la aparición del ser humano (teorías ortogenéticas) y eran, por tanto, versiones corregidas y aumentadas de la famosa “escala natural” que desde Aristóteles y pasando por Linneo explicaba la diversidad de la vida como una escalera hacia el cénit humano.

Varias de estas teorías, como la de Lamarck o la del propio Erasmus Darwin, incluían también un componente de voluntarismo por el que los organismos decidían el curso de su evolución mediante acciones deliberadas en respuesta a la variación ambiental, acciones mediante las que ellos mismos cambiaban y legaban sus cambios a las siguientes generaciones. Estas teorías predarwinianas, aunque contrarias al literalismo bíblico promulgado por las diversas confesiones cristianas, dejaban sin embargo una esperanza a los humanos de que constituían algo esencialmente diferente al resto de los seres vivos, o, en el caso de la evolución lamarckiana, de que ellos mismos eran actores en la representación de su propia evolución. No existía evidencia material, ni entonces ni ahora, de ningún proceso ortogenético (la selección puede favorecer perfectamente la pérdida de órganos o de complejidad), ni los organismos legaban los cambios adquiridos en vida a sus descendientes, como cualquier agricultor o ganadero podía observar abonando los campos o engordando a las reses. Pero la necesidad de idear mecanismos que garantizasen nuestra superioridad o nuestro protagonismo evolutivo ha sido y sigue siendo superior a cualquier rigor científico. Dicha necesidad parece una consecuencia ineludible de nuestro desarrollo cerebral, pero no se desprende de los conocimientos en biología, ni de entonces ni de ahora.
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