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Ambos microarchipiélagos pertenecen a la Región Macaronésica

Salvajes y Chinijo, dos modelos de gestión opuestos

Por César-Javier Palacios

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Salvajes y Chinijo, dos modelos de gestión opuestos
Estos islotes deshabitados en medio del Atlántico son los territorios más desconocidos de Europa y, al mismo tiempo, atesoran una increíble biodiversidad. Las islas Salvajes, al sur de Madeira, y el archipiélago Chinijo, al norte de Lanzarote, acogen las mayores colonias mundiales de pardela cenicienta y petrel de Bulwer. Cuentan con plantas e insectos únicos, tienen importantísimos yacimientos paleontológicos y sus fondos marinos son de una riqueza inusitada, todo ello inserto en un paisaje de extrema singularidad. Joyas de las coronas ambientales de España y Portugal, la gestión aplicada por ambos países es muy diferente. Ejemplar en el caso luso, desastrosa en el caso español.
Las islas Salvajes (ilhas Selvagens, en portugués) son un pequeño archipiélago atlántico deshabitado a caballo entre África y Europa, aunque dentro de la placa tectónica africana. Integrado por tres islas principales –Salvaje Grande, Salvaje Pequeña y el islote de Fora o Salvajita– y seis reducidos islotes, está situado a 290 kilómetros de Madeira, a 175 de Canarias y a 575 de Marruecos. La superficie total del territorio es de 283 hectáreas, pertenecientes en su mayor parte a la Salvaje Grande, una meseta circular de 245 hectáreas rodeada de abruptos acantilados.

Geológicamente son la parte emergida de un único edificio volcánico surgido hace unos 27 millones de años de las profundidades del océano, antes del nacimiento de las Canarias, que posteriormente sufrió fuertes procesos de erosión y sedimentación. No obstante, como el resto de los archipiélagos macaronésicos (Canarias, Madeira, Azores y Cabo Verde), nunca estuvo unido al continente africano. Por lo tanto, su historia geológica está relacionada con la apertura y expansión del océano Atlántico, proceso iniciado hace 200 millones de años y aún activo. Un clima árido (menos de 500 milímetros de precipitaciones anuales), vigorosamente afectado por los casi constantes vientos alisios y por la influencia marina, explica su desolado aspecto general, sin árboles ni arbustos de cierta entidad.
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