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CONSECUENCIAS DE LA FRAGMENTACIÓN DE LOS ENCINARES EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

LOS ÁRBOLES QUE EL BOSQUE DEJÓ ATRÁS

Encina próxima al pueblo de Huecas. El ejemplar más próximo de la misma especie se encuentra a dos kilómetros de distancia.
Encina próxima al pueblo de Huecas. El ejemplar más próximo de la misma especie se encuentra a dos kilómetros de distancia.
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Las encinas solitarias o los bosquetes que aún salpican las extensas llanuras dedicadas al cultivo de cereales en ambas mesetas son elementos consustanciales al paisaje actual.

De hecho, constituyen los últimos vestigios del amplio encinar que cubrió antaño estos mismos terrenos. Lo cual ha tenido, sin duda, serias consecuencias en la encina como especie,
lo que se refleja incluso en su variabilidad genética.

Texto: Joaquín Ortego, Raúl Bonal y Alberto Muñoz
Fotos: Joaquín Ortego
Las numerosas civilizaciones que florecieron en la cuenca mediterránea han dejado su impronta tanto en la cultura como en el entorno natural. En tal escenario, los bosques mediterráneos se encuentran, sin lugar a dudas, entre los ecosistemas más alterados por las actividades humanas (1). La encina (Quercus ilex), como representante principal de las masas forestales ibéricas, es probablemente la especie arbórea en la que ha quedado plasmada de modo más patente la huella del hombre.

Así pues, es evidente que la encina tiene un importante interés, tanto ecológico como económico. Desde el punto de vista ecológico, ofrece alimento y refugio a muchas otras especies con las que comparte los ecosistemas mediterráneos. En el aspecto económico, ha sido una fuente de recursos naturales para el ser humano desde tiempos inmemoriales. Su madera se ha utilizado para construir casas, fabricar muebles y obtener un preciado combustible, el carbón vegetal. El fruto de la encina, la bellota, supuso una destacada fuente de alimento para el hombre en el pasado y también en épocas de necesidad no tan lejanas. Además, las bellotas son un preciado forraje para el ganado que se cría de forma extensiva en nuestras dehesas, esa formación con aspecto de sabana que ocupa amplias extensiones de la península Ibérica.

Por lo tanto, el aprovechamiento humano de los encinares trajo consigo importantes alteraciones, desde la tala directa de muchos de ellos para conseguir madera hasta el aclarado de otros tantos para formar dehesas o ampliar la superficie de tierras cultivables. El resultado de estas intervenciones seculares es que buena parte de los encinares ibéricos han desaparecido o están fragmentados, reducidos a pequeños parches y, en muchas ocasiones, a meros árboles aislados. Nuestro grupo de investigación ha comenzado a estudiar las consecuencias que ha podido acarrear dicha fragmentación a diversos aspectos relacionados con la ecología y la conservación de los encinares mediterráneos.
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