Guacamayos jacintos: la esperanza azul

Para los indios amazónicos, el guacamayo que cría en lo más alto de los grandes árboles y en roquedos inaccesibles es la materialización del fuego celeste. Desde tiempo inmemorial, estas vistosas aves han sido perseguidas por sus plumas, para adornos decorativos y tocados rituales. Pero la situación alcanzó dimensiones preocupantes con la llegada de los occidentales a América ecuatorial. Su porte majestuoso y la habilidad para imitar voces le convirtió en una presa muy codiciada, ideal para vender a zoológicos y a particulares como animal de compañía.

El orden de los psitaciformes engloba a más de trescientas especies de papagayos, cacatúas, cotorras, loros, periquitos y otras aves emparentadas. De todas ellas, las más llamativas, por tamaño y plumaje, son sin duda los guacamayos, de los que los ornitólogos han descrito cerca de veinte especies. Todas viven en hábitats de Latinoamérica ligados en mayor o menor medida al bosque tropical. La de mayor tamaño y para muchos más espectacular es el guacamayo jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus).

A pesar de su imponente presencia, la densa cobertura forestal en la que se desenvuelve dificulta su observación. Acostumbra a posarse en lo más alto de las copas de los árboles y, aunque dispone de un amplio y estridente abanico de voces y llamadas, guarda silencio ante cualquier sensación de amenaza.

Sobrevive en poco más de medio millón de kilómetros cuadrados, sobre todo en Brasil, donde está presente en tres regiones: (1) este de la Amazonia, a lo largo de los ríos Tapajós, Tocantins, Xingu y, posiblemente, Amapá; (2) en el centro y este del país, en los estados de Maranhao, Piauí, Bahía, Tocantins, Goiás, Mato Grosso y Minas Gerais y (3) en el Pantanal, al suroeste del país, extendiéndose de forma marginal hasta el este de Bolivia y el noreste de Paraguay.