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Frente a la pandemia, más biodiversidad

viernes 29 de mayo de 2020, 17:14h

A principios de abril nos enteramos de la muerte del oso Cachou en el valle de Arán, un integrante de la población que franceses y españoles tratan de consolidar en los Pirineos, donde la especie fue erradicada en tiempos recientes. Era un ejemplar al que se le atribuían varios ataques al ganado durante los últimos meses y de ahí que a ambos lados de la cordillera se exija ahora una investigación a fondo para descartar que la muerte de Cachou no fue un acto deliberado e ilegal. En nuestro país, entre las ONG que apoyan la reclamación están algunas tan relevantes como WWF España, SEO/BirdLife y Fapas.

Lo más grave del caso es que este joven oso tenía una importancia estratégica para que la pequeña y endogámica población pirenaica se recuperase, ya que aportaba una notable variabilidad genética. La biodiversidad es, de nuevo, la que sale perdiendo. O, dicho con otras palabras, hemos sido todos los que salimos perdiendo. Otro debate, como apunta Alejandro Martínez-Abraín en este mismo número de Quercus (págs. 10-13), es si la reintroducción del oso pardo en los Pirineos está bien enfocada.

Hay más ejemplos de esa sensación compartida de que las conquistas obtenidas en favor de una naturaleza bien conservada se han estancado o incluso han sufrido una regresión. Ahí está, sin ir más lejos, la reciente carta publicada en Nature por dos prestigiosos especialistas españoles en buitres, Antoni Margalida, del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos, y José Antonio Donázar, de la Estación Biológica de Doñana. Alertan a la comunidad internacional de que los supuestos ataques de buitres a reses vivas se han convertido en un imán para divulgar bulos y noticias falsas que contribuyen a situar a las aves carroñeras como especies indeseables. Muy al contrario, Margalida y Donázar aprovechan la ocasión para recordar lo que nunca debería olvidarse, es decir, que los buitres nos proporcionan un servicio gratuito de enorme valor ecológico y sanitario. Son ellos los que se encargan de limpiar nuestros ecosistemas de animales muertos, residuos de muy difícil –y costosa– gestión, cuando no focos potenciales de enfermedades.

Entre la preocupación y el vértigo con que millones de personas viven la actual crisis sanitaria producida por el coronavirus, surge un mensaje que no ha pasado desapercibido a quienes creemos que la defensa de la biodiversidad es un asunto prioritario. Un mensaje breve, pero que deberían tener muy presente quienes discuten sobre esa nueva normalidad tan acariciada. El ecólogo Fernando Valladares lo ha dicho hace poco con las palabras justas: “con la simplificación a la que sometemos los ecosistemas, eliminando especies y reduciendo procesos ecológicos a su mínima expresión, estamos aumentando los riesgos para la salud humana a gran escala.”

Es tan insustituible el efecto protector de la biodiversidad, son tan valiosos los múltiples servicios que nos prestan los ecosistemas que se mantienen en equilibrio dinámico, que no podemos permitirnos dar ningún paso atrás. Aunuqe sólo sea por simple egoísmo. Uno de esos “servicios ecosistémicos” que se citan con tanta alegría en cualquier declaración de intenciones, aunque luego desparezcan de las medidas concretas, es precisamente prevenir y amortiguar futuras pandemias. Las generaciones actuales no pueden guardar memoria de otros graves problemas sanitarios a los que se ha enfrentado la humanidad en el pasado, pero estamos a tiempo de aprender de los errores. En tiempos como los que corren, cuando demasiado a menudo la fauna salvaje se presenta como el enemigo a batir, es más importante que nunca reivindicar una naturaleza con osos, lobos y buitres. Por el bien de todos. Esta causa es nuestra causa y, estamos convencidos de ello, también la de los lectores de Quercus.

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