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Mucho camino por andar

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
En este número de Quercus contamos cómo el oso cantábrico, tras haberse colocado al borde de la extinción hace unos veinte años, se va recuperando. Por esas mismas fechas, estaban también a punto de sucumbir los otros dos grandes emblemas de nuestra fauna: el lince ibérico y el águila imperial. Por suerte, la veintena de cachorros del primero que han salido adelante este año en los centros de cría en cautividad de El Acebuche (Doñana) y La Olivilla (Jaén), así como las 250 parejas de la segunda que criaron con éxito en libertad en 2008, son argumentos de peso para que seamos optimistas.

En el contexto del cambio positivo de actitud de la sociedad española con respecto a nuestra biodiversidad, el Gobierno central y las comunidades autónomas han tenido la oportunidad de administrar durante estos veinte años un flujo excepcional de subvenciones para las especies amenazadas, procedente de los fondos Life y otras fuentes de financiación de la Unión Europea (UE), como las ayudas agroambientales.

Además, las administraciones no han estado solas. Ejemplo de ello son los incontables convenios con ONG y universidades, las alianzas con el mundo de la empresa y la banca a través de fundaciones y obras sociales o las colaboraciones con propietarios de fincas y otros colectivos del mundo rural, plasmadas en novedosos proyectos de custodia del territorio.

Casi podríamos decir que, con las condiciones y oportunidades que se han dado, los logros con nuestra fauna y flora más vulnerable son lo mínimo que se podía haber hecho. Y, por supuesto, estos éxitos no deberían ser una invitación al conformismo. Estamos en un momento crucial para consolidar lo ya obtenido y dar un salto cualitativo o, por el contrario, que el fruto de tantos años de esfuerzos se pierda. En otras palabras, si los osos cantábricos no encuentran pasillos naturales para conectar y ampliar sus poblaciones, si los linces criados en cautividad no cuentan con buenos hábitats allí donde se reintroduzcan o si la amenaza del veneno y de los tendidos eléctricos sigue gravitando sobre las águilas imperiales, de poco nos servirán esos resultados que ahora exhibimos con orgullo.

En los actuales tiempos de crisis, la biodiversidad es como ese amigo que cae bien a todos, pero que todos echan a un lado cuando las cosas se ponen feas, ignorando que él tiene en buena parte la llave para abrir la puerta a las soluciones. Es un secreto a voces que la UE no va a poder cumplir el objetivo tan publicitado de frenar la pérdida de biodiversidad en territorio comunitario para 2010. Cuando en 2001 los jefes de Gobierno de los estados miembros se comprometieron a ello, contaban con las herramientas legislativas y financieras para haberlo lograrlo. Pero a pocos meses de que se cumpla el plazo, ya sabemos que el fracaso será sonado.

En España, la aprobación a finales de 2007 de la Ley de Conservación del Patrimonio Natural y la Biodiversidad levantó muchas expectativas. Año y medio después, apenas se han registrado avances, especialmente en lo que se refiere a especies amenazadas, y casi todo lo que hay que hacer sigue siendo eso, un bonito papel. No seamos tan ingenuos de creer que nuestros osos, linces y águilas imperiales ya se han salvado. Precisamente ahora, cuando las posibilidades de que sus poblaciones se recuperen son mayores que nunca, sería imperdonable bajar los brazos.

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