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Historia de una carta

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Historia de una carta
Tras la euforia que cundió en 2002 ante la celebración en
todo el mundo del Año Internacional de las Montañas,
el documento en el que se debe basar una política
integral de gestión de estos ecosistemas en nuestro país
continúa sin ser aprobada. La Carta de las Montañas
ha sido escondida en un cajón a pesar de estar
ya ultimado desde hace meses un borrador

que ha contado con el consenso de gran
número de expertos y agentes sociales.
Los montañeros amamos las montañas y acudimos a ellas por un sinfín de razones. Algunas son muy pragmáticas: desconectar de la rutina, hacer deporte, mantener alta nuestra autoestima o disfrutar con los amigos. Otras son más íntimas, como la necesidad de soledad y silencio, el profundo bienestar que depara la belleza o la pulsión del reencuentro con lo inalterado. Aunque las percibamos como algo subjetivo, son en realidad compartidas por muchos de nosotros y también por personas no montañeras en el sentido deportivo de la palabra. Y nos bastan a la mayoría para creer sin reservas en la importancia de conservar las montañas.

Las montañas tienen, sin embargo, muchas más razones de ser. Tantas que abreviaríamos diciendo que son la base de la seguridad y la economía de las tierras del llano, debido a su influencia sobre el clima y sobre la disponibilidad de agua, además de ser reserva de patrimonios naturales y culturales, de paisajes de alta calidad y de una multitud de valores económicos, también intangibles, que se derivan precisamente de su vasta diversidad biológica y cultural.
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