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La maldición del Ebro

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Una vez conjurado el peligro del trasvase –al menos de momento– el río Ebro vuelve a enfrentarse a nuevas amenazas. Un castizo diría que tiene la negra. Ahora se trata de un proyecto para instalar nueve centrales eólicas justo frente a las costas del delta. Nuestro primer parque eólico marino ocuparía más de 15 kilómetros lineales, estaría formado por 144 aerogeneradores de 115 metros de altura y tres megavatios de potencia cada uno y se desplegaría a una distancia media de cinco kilómetros de las playas del hemidelta sur. Todo ello a un paso del segundo humedal más importante de nuestro país, después de Doñana. ¿No había otro sitio en toda la costa mediterránea? ¿Tiene que ser precisamente ahí, justo en el tramo más valioso? Ni hecho adrede. En cualquier caso, este es el problema fundamental de la energía eólica, que su indudable bondad ecológica se ha convertido en una patente de corso para inundar de aerogeneradores sierras, costas y ahora mares. Como es buena, no se cuestiona. Vale todo.

La empresa promotora, Capital Energy, alegará razones técnicas relacionadas con la fuerza del viento, pero hay que insistir una vez más en que hay zonas, como el delta del Ebro, que deben preservarse sin concesiones y que hasta la más mínima alteración representa un grave riesgo para su integridad. En cuanto a las administraciones competentes, la demarcación en Tarragona de la Dirección General de Costas (Ministerio de Medio Ambiente), ya ha sacado el macroproyecto a información pública. La Generalitat, por su parte, acaba de enviar a un grupo de expertos a visitar los parques eólicos marinos de Dinamarca y su intención es pasar de los 87 megavatios eólicos que se producen actualmente en Cataluña a cerca de un millar en los próximos años, por lo que tampoco cabe esperar repentinos entusiasmos por la conservación del delta.

Aguas arriba del Ebro, el protagonista vuelve a ser el mejillón cebra, un pequeño bivalvo que se introdujo como plaga en el tramo bajo del río y ahora acaba de saltar la barrera de la presa de Mequinenza (Zaragoza), con lo que su avance por el cauce medio puede ser imparable. Era de temer y de esperar. El mejillón cebra es muy prolífico, soporta cambios bruscos de temperatura y salinidad e incluso resiste varios días fuera del agua, rasgos que hacen de él un invasor muy competente. En Estados Unidos no han logrado controlarlo y aquí llevamos el mismo camino.

La maldición del Ebro no es sólo cuestión de suerte. Tal cúmulo de adversidades denotan un río enfermo, asaeteado desde todos los frentes. Son los síntomas de un estado de deterioro general y la causa es, como siempre, nuestro modelo de desarrollo, a todas luces incompatible con la conservación de la naturaleza, por más que se disimule con el dudoso remoquete de sostenible.

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