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Adictos a buscar delfines

Vidal Martín, presidente de la SECAC, y dos colaboradores más de esta entidad, durante una jornada de búsqueda de delfines mulares para su foto-identificación en aguas canarias.
Vidal Martín, presidente de la SECAC, y dos colaboradores más de esta entidad, durante una jornada de búsqueda de delfines mulares para su foto-identificación en aguas canarias.
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Hace casi veinte años se creó en Canarias la SECAC. Desde entonces, este pequeño grupo de biólogos y naturalistas no ha dejado de salir al mar. Su empeño casi obsesivo por saber cuanto más mejor de los cetáceos que viven en el archipiélago está sirviendo para proteger algunas zonas marinas. Ejemplo de ello es el estudio de foto-identificación del delfín mular.
Una de las cosas buenas que tiene ser periodista especializado en medio ambiente es que acabas contactando con gente que, por su conocimiento del medio natural, te permite acceder a lugares y vivir experiencias que en otras circunstancias no tendrías tan al alcance. El problema de todo esto es que no le puedes pedir a la naturaleza que te esté esperando con sus mejores galas para cuando tú vayas.

Tengo varias anécdotas que ilustran lo azaroso que puede resultar observar a la fauna silvestre más deseada. Cuando fui hace años invitado por la Fundación Oso Pardo para conocer el trabajo de sus patrullas en las zonas oseras cantábricas, una niebla de varios días nos impidió avistar varias hembras con crías que tenían localizadas los guardas de esta entidad en el concejo asturiano de Cangas del Narcea.

En otra ocasión, durante un gélido amanecer de principios de primavera, un pequeño grupo de personas participábamos en una espera en la muy lobera sierra de La Culebra (Zamora). No tuvimos éxito, pero al llegar a nuestro microbús, el conductor nos informó como si tal cosa de que unos lobos le había pasado por delante mientras intentaba echar una cabezadita.

El último episodio de este catálogo personal de frustraciones naturalistas, que dicho sea de paso asumo con toda deportividad porque la magia de la naturaleza radica precisamente en lo impredecible que es, tuvo lugar a finales del pasado septiembre en Puerto Calero, un tranquilo enclave residencial de la costa sureste de Lanzarote, muy frecuentado por turistas alemanes. En el antiguo varadero del actual puerto deportivo que es el centro neurálgico de la localidad, una pequeña oficina sirve de sede a la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario (SECAC). El esqueleto de un delfín mular que varó en La Gomera cuelga del techo del local.

La idea era salir en el Oso Ondo, un yate a motor de casi 17 metros de eslora bautizado con la expresión vasca que significa “muy bien”, “todo va bien”. Tan optimista nombre no sirvió sin embargo para conjurar la pequeña fatalidad de que, durante los dos días de mi visita, se levantó algo de viento, suficiente para llenar la superficie marina de un oleaje que hacía prácticamente inviable la localización de cetáceos en un Atlántico demasiado encrespado.
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