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TRIBUNA

Felicidades y… ¡Gracias por estar ahí!

Isaac Vega en el jardín de su casa con un ejemplar del número 41 de Quercus (julio de 1989), donde publicó su primera colaboración, y una acuarela que representa a un pico menor (Dendrocopos minor), obra del ilustrador Antonio Ojea.
Isaac Vega en el jardín de su casa con un ejemplar del número 41 de Quercus (julio de 1989), donde publicó su primera colaboración, y una acuarela que representa a un pico menor (Dendrocopos minor), obra del ilustrador Antonio Ojea.

Por Isaac Vega

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Coincidiendo con el cierre del Año Internacional de los Bosques y ahora que celebramos el trigésimo cumpleaños de la revista que tienes en tus manos, con un número tan especial y arbolado, me vienen a la memoria la enorme gratitud y el cariño que guardo al pequeño equipo de grandes profesionales que la hacen posible y algunas casualidades…
En julio de 1989 publiqué mi primer artículo en Quercus: un reportaje sobre la situación del pico menor (Dendrocopos minor) en la península Ibérica y la natural implicación del menor de nuestros pájaros carpinteros con el futuro de las viejas arboledas y su fragmentación. Durante más de dos décadas, las páginas de esta revista me han brindado la posibilidad de viajar virtualmente a algunos de los bosques más hermosos y amenazados de nuestro planeta, descubriendo los grandes retos que han de afrontar muchas especies forestales en peligro, además de conocer y difundir qué hace para defenderlos la organización para la que trabajo desde entonces: WWF; que, casualmente, celebra ahora su 50 aniversario.

Tras leer, bucear y patear sobre cientos de arboledas, confieso estar enamorado del fascinante mundo de misterios y satisfacciones que te envuelve en la espesura de un auténtico bosque. Poco importa si pisas la alfombra otoñal de un hayedo o rebollar, o das un paseo invernal por un nevado abetal, pinsapar o pinar; si te dejas atrapar por la magia de una laurisilva o sigues la orilla del curso primaveral de un río abrazado por espigados álamos y alisos; si caminas por la agostada espesura estival de un monte mediterráneo, buscando la sombra de una vieja encina o alcornoque, o te atreves a sudar y soñar en el inmenso y húmedo verdor de un frondoso bosque tropical. Todas estas frondas y muchas más atesoran y regalan una oferta única de sensaciones, olores, sonidos y colores, una ventana de paz sin igual a un rico paraíso natural.
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