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Autor de la primera recopilación exhaustiva de nuestra avifauna

José Arévalo Baca, pionero de la ornitología en España

Por Manuel Garrido

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Las revisiones históricas sobre naturalistas españoles que han sido pioneros de la conservación en nuestro país se centran, desde hace unos años, en algunos miembros de la Sociedad Española de Historia Natural. Mientras, quedaban relegados al ostracismo otros de ideas más conservadoras y vinculados a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En este segundo caso se encuentra el malagueño José Arévalo Baca (1844-1890), católico dogmático, pero también precursor de ideales conservacionistas.
Sin lugar a dudas, José Arévalo se adelantó a su tiempo cuando, en uno de los primeros testimonios sobre la laguna malagueña de Fuente de Piedra, esgrimió precursores conceptos conservacionistas para alertar de los graves efectos que los trabajos de desecación ya emprendidos conllevarían para la flora y fauna de tan singular paraje (1). De ahí que deba valorarse positivamente esta visión avanzada de Arévalo, máxime cuando por aquel entonces las zonas palustres eran tildadas de insalubres e improductivas. También se anticipa al defender la importancia taxativa de las especies, independientemente de su relación con la actividad económica desarrollada por el género humano. Arévalo, en 1875, no duda en manifestar que “las aves de rapiña tienen una misión que cumplir provechosa en general y que si consumen para su alimento algún animal de que hace uso el hombre, en cambio libran al agricultor de varios que perjudican mucho a sus plantíos” (2). Máxima que se contrapone a los conceptos filosóficos krausistas imperantes en la época, que establecían una pueril división entre los animales útiles y perjudiciales.

Por ello, no es de extrañar que trece años más tarde, el también catedrático de Ciencias Naturales, Salvador Calderón (1851-1911), adscrito al citado movimiento regeneracionista e incluido en el selecto grupo de los primeros hombres de ciencia que “sintieron profundamente el amor por la naturaleza y el paisaje” (3), todavía considerase dañina al águila imperial ibérica (Aquila adalberti): “como todas las falcónidas, es más bien perjudicial que útil”. Calderón culpa de su inminente extinción a cazadores mercenarios al servicio de museos y coleccionistas extranjeros. Incluso, cuando no fuera su propósito, contribuye a incrementar tan terrible acoso a nuestras aves rapaces y, a pesar de reconocer que estaban al borde de la extinción, solicita la colaboración de los miembros de la Sociedad Española de Historia Natural aficionados a la caza “y por medio de éstos a sus amigos, que procurasen hacerse con los raros ejemplares que puedan hallar de dicha especie, para que queden en España estos últimos representantes de las bellezas ornitológicas de nuestra fauna” (4).
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