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Por Carlos de Aguilera

Los escalones de Félix

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Los escalones de Félix
En este mes de marzo se cumplen treinta años (¡cómo pasa el tiempo!) de la muerte de Félix Rodríguez de La Fuente. Este texto, todo un tratado de educación ambiental, recrea los principios sencillos pero ineludibles que el insigne naturalista puso en práctica para acrecentar la repercusión de su magisterio, depositado en la conciencia colectiva de varias generaciones y aún de plena vigencia en nuestros días.
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La mano de Félix Rodríguez de la Fuente se posa suavemente sobre mi hombro mientras me dirijo a los muchachos sentado bajo los chaparros del encinar de Valugar, allí donde los buitres del cañón del río Riaza (Segovia) sobrevuelan nuestro campamento y sirven de nexo de unión visual a docenas de ojos ávidos de conocer la naturaleza en vivo.

Félix y yo alternamos nuestras charlas, aunque él las reviste de un magisterio inigualable. Cuando termino, se sienta a mi lado y me dice que estamos iniciando la auténtica escuela abierta de naturaleza que nos hemos propuesto que tenga una continuidad basada en los principios –ni escritos en los manuales ni transmitidos por otras vías– que deben inscribirse en las mentes de los jóvenes. Me dice que forman una escalera de tres escalones. Toda su didáctica está aquí.

PRIMER ESCALÓN: CURIOSIDAD POR CONOCER
Se trata de que cualquier atisbo que se vea en una mente en relación con las cosas naturales sea aprovechado de la forma menos complicada, para que pueda albergar en los jóvenes el alboreo de ciertas tendencias que puedan ser aprovechadas para seguir adelante. La naturaleza está hecha de pequeños misterios que todos los días se instalan a nuestro alrededor, aunque ni los veamos, ni los sintamos ni los conozcamos. Pero en casi todos los casos ponen al día un cierto estímulo de “cosa nueva”, despiertan a la imaginación y la hacen proseguir en lo que toda mente espera y desea, que no es otra cosa que el conocimiento.

El éxito consiste en darle alas a ese interés. Enseñar, como en una lámina, las diversas clases de vida terrenal, pero aplicar en cada mente lo que ella está prefiriendo aún antes de saberlo. Tierras, mares, montañas, plantas, animales, luz, calor o frío, elementos básicos de la vida… Viene bien tomar algun ejemplo sencillo. Cómo se reproducen las moscas, también los lagartos, y al mismo tiempo poner en solfa la diferencia que existe con la reproducción de las vacas, o de las ballenas y, como contraste, de los vegetales.

Indiquemos también las líneas maestras del planeta y su sencillez aparente, las estaciones climáticas, el fenómeno del crecimiento de las uñas, el encanecimiento del pelo, de modo que los que nos escuchan sepan que estamos metiéndoles a ellos mismos en el meollo de los mecanismos, una vez que les hemos hecho saber la diferencia que existe entre la sencillez de aquellas y la enorme complicación de estos últimos.

Los jóvenes elegirán por sí mismos lo que mejor hayan entendido o quizá también lo que haya chocado con más fuerza en su intelecto. Toda persona siente cierta inclinación por algo, aunque tarde en darse cuenta o aunque no lo sepa en principio. Con el escalón de despertar su curiosidad se abre la puerta a la correspondiente circunvalacion cerebral de cada uno.

SEGUNDO ESCALÓN: PASIÓN POR APRENDER
La pasión no es sino una exacerbación que tiende a sobrevalorar el bien conocido, o lo que cada uno en su mente entiende por preferido. Desde la sonrisa a la “chaladura”, cada uno tiene su escala de valores y a ella dedica su atención preferente. Desde las grandes magnitudes a la comunidad de lo minúsculo, pasando por la generalidad de valores, que pueden ser consecuencia de factores alejados de su intelecto pero puestos delante de su mente de forma impensada o fortuita.

Casi siempre, la pasión por aprender proviene de un mejor estímulo quizá no convenientemente estudiado pero que contiene en sí alguno de los valores que cada ser humano lleva consigo en su almacén de clasificaciones positivas, en espera de algo que le atraiga de un modo irresistible. Se puede ser simplemente afín a los primates o, por el contrario, un enamorado de ellos. Se puede pasar uno media vida buscando una determinada planta vascular dejando casi en el olvido al resto del mundo vegetal. Es posible concebir distintas formas de vida –bacterias, eucariotas, respiraciones cutáneas– y aplicarse al conocimiento de otras tantas diferentes, aún siendo menos específicamente complicadas. Sobran los ejemplos.

El cerebro de quien se apasiona tiene la particularidad del deseo de que se comparta su conocimiento. Resulta por ello ser de gran utilidad para la docencia, especializada o no, puesto que en el estudio comparativo es donde se puede poner de manifiesto que para aprender algo determinado de la naturaleza es preciso sacarlo de lo indeterminado y ponerlo al día. Esta pasión puede ser compartida y dar lugar al descubrimiento de otras formas de vida más o menos alejadas de nuestro objeto, pero que suelen conducir al enriquecimiento de las formas de hacer llegar los misterios naturales a las gentes. Pocas veces se disfruta más que asistiendo a una reunión de naturalistas. Todos enseñan y todos aprenden.
TERCER ESCALÓN: DIFUNDIR LA CULTURA
No somos poseedores completos de la cultura. Como no se ha inventado la “píldora del conocimiento” es preciso pensar en que la difusión de la cultura –y muy especialmente de la cultura naturalista– está mucho mas diluida en el “boca a boca” que en la imprenta y en los modernos sistemas de comunicación.

El interés por la naturaleza y sobre todo por la difusion del conocimiento empieza por uno mismo, por su entorno familiar, por su relación social y, por último, por su magisterio. Pero para llegar a ello hay que orillar ciertas estructuras sociales poco amigas de salirse de los estereotipos al uso. Un pastor de ovejas, a poco que conozca su oficio, nos puede dar lecciones magistrales que no conoceremos de otro modo aunque poseamos un “master” exclusivamente lectivo. Y de otro modo, un catedrático será mucho más eficaz si su docencia en las aulas la complementa con sacudirse el polvo de las botas después de haber estado un fin de semana en la naturaleza.

Hay que revisar con cierta audacia los manuales escolares, pero sobre todo complementarlos con los vectores básicos de la enseñanza naturalista, es decir, explicar la botánica con una lechuga en la mano, la mineralogía saliendo a buscar piedras y la zoología capturando bichos en el parque.

Félix terminaba echando de menos el inconmensurable ejercicio de la didáctica natural, que puede y debe ser explicada por cada uno de los que sepan algo de ella. Todos nosotros aprendimos de él.
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