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RETRATO DE UN MUTUALISMO MILENARIO ENTRE HUMANOS Y FAUNA SILVESTRE

Los alimoches DE LA ISLA DE SOCOTRA

Los alimoches DE  LA ISLA DE SOCOTRA
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
La milenaria relación mutualista entre humanos y buitres ha desaparecido de la práctica totalidad del planeta, en paralelo a los drásticos cambios económicos y sociales surgidos en las sociedades modernas. Y, por supuesto, también al precipitado declive de las poblaciones de aves carroñeras. Afortunadamente, aún quedan algunos refugios donde todavía perdura esta fructífera convivencia, como en la isla yemení de Socotra, donde los abundantes alimoches se encargan de limpiar los restos orgánicos que produce la población humana. Pero el desarrollo ha alcanzado ya este remoto paraíso y un importante conflicto entre modernización y conservación de la biodiversidad se cierne sobre el futuro de la isla y sus habitantes.

Texto: Laura Gangoso, Rosa Agudo, José Daniel Anadón, Manuel de la Riva y José Antonio Donázar
Manuel de la Riva
Identificar y cuantificar los servicios ecosistémicos, definidos como procesos naturales que benefician al hombre (1), está cobrando una importancia creciente en las actuales estrategias de conservación de la biodiversidad. Algo que también sirve para adquirir conciencia de los efectos que nuestras actividades pueden llegar a tener sobre el medio. Uno de los servicios que más atención ha suscitado es el de regulación, o sea, la capacidad de las aves necrófagas para eliminar carroñas y basura, marcado por el rápido declive de sus protagonistas y la clara utilidad que tienen para el hombre. De hecho, estos servicios son conocidos desde muy antiguo e incluso han transcendido al ámbito religioso y supraterrenal.

Los buitres han vivido desde el pasado remoto en estrecha relación con los humanos, que odiaron y veneraron por igual a estas fabulosas aves debido a su hábito de consumir cadáveres. El propio Charles Darwin definió a estas criaturas como “pájaros repugnantes que se revuelcan en la podredumbre”. Pero, más allá de cuestiones estéticas, nadie duda de la importancia de su papel, que consiste en “llevar en su pico todo lo que pudiera contaminar la tierra” y “limpiar el mundo de hedor y putrefacción” (2). Esta idea se extendió a través de la civilización egipcia, donde los buitres eran considerados como aves sagradas, pero también en las culturas griega y cristiana. Todas ellas compartían la certeza de que son seres especiales, depositarios de la tarea de mediar entre el mundo de los vivos y el de los muertos (3). Los buitres unían así los dos principales eventos de nuestra existencia y prometían un nuevo comienzo. En efecto, tras el festín, los buitres elevarían las almas de los difuntos al mundo de los dioses para que puedan iniciar una nueva vida. Ya en épocas más recientes, la relación mutualista entre humanos y buitres fue manifiesta en muchas regiones del Viejo Mundo. En Europa se mantuvo hasta el siglo XIX y en Asia aún sigue vigente. En el Tíbet, por ejemplo, donde los rigores del clima y la escasez de madera impiden que los cuerpos puedan ser enterrados o incinerados, los budistas realizan comúnmente una práctica funeraria denominada jhator que consiste en ofrecer los cuerpos diseccionados de sus difuntos a los buitres hasta su total desaparición.

Sin embargo, el desarrollo de las sociedades modernas trajo consigo importantes cambios económicos y sociales, que poco a poco abrirían la brecha que nos separa cada vez más de la naturaleza. La transformación de los sistemas agropecuarios y sanitarios, unida al declive generalizado de las poblaciones de aves necrófagas y sus presas silvestres, ha precipitado la desaparición de esta relación mutualista en la práctica totalidad del planeta.

Pie de foto: Grupo de alimoches en torno al bidón que utilizan como cubo de la basura dos restaurantes de Hadiboh, la capital de la isla (foto: Manuel de la Riva).
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