Editorial

Del Génesis al Origen

Miércoles 22 de octubre de 2014
Menudo revuelo que se ha armado a raíz del desembarco de los creacionistas en España. Como súbditos periféricos del Imperio Occidental, por estos lares aún no habíamos sufrido las secuelas de un debate que lleva décadas inflamando el mundo académico en Estados Unidos. Allí, la cuestión de fondo era si debía impartirse el creacionismo en pie de igualdad con la teoría de la evolución en los centros educativos. Ahora esa disyuntiva parece haberse trasplantado también a España y, por fortuna, en ambos países se ha zanjado felizmente de la misma manera. Como en otros órdenes de la vida, no conviene mezclar a las churras con las merinas, es decir, no puede establecerse un paralelismo entre una creencia basada en la Biblia y una teoría depurada por el método científico.

Los creacionistas siguen el Génesis al pie de la letra y creen en la existencia de un ser superior capaz de crear todo de la nada en siete simbólicos días. Este mensaje, algo más desarrollado, es lo que ha venido llamándose “diseño inteligente”. Según sus seguidores, la complejidad que hoy contemplamos no puede ser el resultado de un proceso azaroso, sino consecuencia de un plan general impulsado por un creador omnisciente. Los evolucionistas, por el contrario, han acumulado multitud de evidencias para apoyar la teoría postulada por Darwin en El origen de las especies, según la cual dichas especies no son entidades discretas, inamovibles, sino el material que moldea la selección natural en un escenario sometido a cambios. Cuestión aparte es el apasionante debate que también sostienen neodarwinistas y partidarios del “equilibrio puntuado” sobre los ritmos y los tiempos que marcan el proceso evolutivo. Un debate, este sí, que se ciñe estrictamente al terreno de la ciencia.

En Estados Unidos se ha discutido mucho y desde antiguo sobre la enconada pugna entre evolución y creacionismo, con la autorizada opinión de científicos tan respetables como Stephen Jay Gould, y eso que el Tribunal Supremo ya estableció en 1968 que el “diseño inteligente” no era una teoría científica sino una creencia religiosa. Lo cual no obsta para que el actual presidente estadounidense, George W. Bush, se declare partidario del creacionismo. En España, donde nunca nos habíamos metido en semejantes barrizales, ha saltado la chispa a raíz de un ciclo de conferencias titulado Lo que Darwin no sabía que pretendía impartirse en varias ciudades españolas bajo el patrocinio de una nebulosa asociación denominada Médicos y Cirujanos por la Integridad Científica (Physicians and Surgeons for Scientific Integrity, PSSI) y que procede, como era de esperar, de Estados Unidos.

A pesar de los bienintencionados permisos iniciales, los decanos de las universidades de Vigo y León se han apresurado a suspender sus respectivas convocatorias, después de que el revuelo haya saltado a los medios de comunicación y que la comunidad científica haya dado la voz de alarma. Una de las figuras más destacadas de este contraataque ha sido Manuel Soler, presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva (Sesbe), profesor en el Departamento de Biología Animal de la Universidad de Granada y, ya puestos, colaborador de esta revista.

Como no podía ser de otro modo, desde Quercus respaldamos enteramente la decidida intervención de Manuel Soler, nos felicitamos de que el polémico ciclo de conferencias no se haya celebrado en universidades de titularidad pública y abogamos por no confundir a la opinión pública con una falsa controversia entre ciencia y religión.