Hierbas Comunes

El visionario y variable murajes

El color de las flores del murajes (Anagallis arvensis) viene determinado por las propiedades químicas del suelo, por lo que es un interesante indicador del grado de acidez y otras características edáficas.

HIERBAS COMUNES

J. Ramón Gómez Fernández

Miércoles 22 de octubre de 2014
La presencia del murajes, hierba sencilla y de extensa distribución, nos ayudará a conocer las propiedades del suelo y a prevenir el tiempo atmosférico.

No hay sitio en nuestro país donde sea difícil encontrar esta planta”, reza el texto que le dedica al murajes (Anagallis arvensis) el ya desaparecido Andrés Ceballos (1). Y es que su distribución original incluye toda la península Ibérica e incluso la mayor parte de Europa. Pero, al igual que ocurre con otras hierbas que hemos tratado en esta sección, se extiende por casi todas las zonas templadas del mundo. Curiosamente, a pesar de su amplia distribución, en contadas ocasiones será una planta abundante, pues parece más bien amante de la soledad.

El murajes es arvense y viario o, lo que es lo mismo, propio de cultivos y márgenes de caminos. De ahí que su nombre específico aluda a esta preferencia ecológica, pues arvensis proviene del latín arva (campo cultivado), lo que vendría a significar “de campos labrados”. Más curioso es el origen del término genérico Anagallis, que en este caso parece proceder del griego anagalein, que significa “cantar o reír fuerte”, en extraña alusión a las virtudes hilarantes que le atribuyen algunos o a su antiguo uso medicinal en el tratamiento de la depresión, según comentan otros. Incluso hay quien nos sorprende asegurando que esta denominación se debe a que, tras su ingesta, las gallinas son poseídas de una sorprendente euforia que las hace cacarear con frenesí.

Flores de distintos colores
El murajes es una planta anual, postrada o algo erecta, de hasta 30 centímetros de altura. Sus tallos cuadrangulares emiten hojas sésiles (sin peciolo), oblongas, de 1 a 2 centímetros de longitud y generalmente opuestas. Pero el rasgo más peculiar son sin duda sus vistosas flores, que proporcionan un gran atractivo a nuestros campos de marzo a octubre. Su tamaño no supera el centímetro de diámetro, son axilares, encaramadas en largos pedúnculos y pentámeras, como corresponde a la mayor parte de las primuláceas.

Destacan, sin embargo, por la singularidad de tener un llamativo color rojo o azul, variaciones cromáticas que han dado lugar a numerosas clasificaciones de escaso valor taxonómico. Se trata, en realidad, de una interesante alteración de la coloración determinada por la disponibilidad de metales pesados en el suelo y muy relacionada con su acidez (pH). Por lo tanto, el murajes será un buen bioindicador: las flores rojas surgen en terrenos ácidos, mientras que las de color azul se muestran solamente en suelos alcalinos (2). Tras la flor surge el fruto, que consta de una pequeña cápsula esférica, un reducido recipiente (pixidio) que se abre tras la madurez para permitir la dispersión de sus diminutas semillas.

Pero no terminan aquí las peculiaridades de las flores del murajes, pues siguen un estricto horario: se abren hacia las ocho de la mañana y cierran sus pétalos en torno a las tres de la tarde, para protegerse de los fríos nocturnos. No obstante, tanto el cierre como la apertura también parecen estar condicionados por el tiempo atmosférico, pues la clausura se adelanta cuando el aire es frío o ante una lluvia inminente, lo que impide la pérdida del preciado polen. A este hábito alude su nombre inglés de Poor man’s weather glass, es decir, “indicador del tiempo para los pobres” (3).

Usos medicinales y cosméticos
Ya que hablamos de nombres vernáculos, el murajes va bien servido en este sentido. Tal y como señalaba el botánico Günther Kunkel: “parece que nuestro murajes en algunos sitios cuenta con más nombres que ejemplares” (4): andagallo, hierba gitana, hierba coral, morrón, herba do garrotillo, herba de la pulmonía y herba da rabia son sólo algunos de los empleados a lo largo de las tierras ibéricas.

Algunos hacen referencia a sus propiedades medicinales, pues fue planta empleada en toda Europa como remedio contra la locura y la epilepsia. Hasta el siglo XVIII se utilizó también para tratar la rabia. Su jugo fresco, diluido en agua o en infusión, ha servido asimismo para combatir catarros, bronquitis y toses. Todos estos usos tradicionales se han descartado hoy en día debido a su escasa efectividad y, sobre todo, a la toxicidad del murajes, ya que contiene saponinas que hacen poco recomendable su ingesta.

En uso externo se recomienda como cicatrizante, para tratar enfermedades de la piel e incluso atenuar la mordedura de las serpientes, lo que hizo que fuera un componente básico en los zurrones de los peregrinos que recorrían el Camino de Santiago. Con esta hierba se preparaba el conocido “vino de murajes”, eficaz cura de llagas y heridas. Toda la planta posee además propiedades cosméticas y puede emplearse como sustitutiva del jabón (5). Esta aplicación ha inspirado unos cuantos nombres populares más, como jabón de rana, jabón de gitana o jaboncito de golondrina.

Las damas y los caballeros que gusten de cultivar su belleza deberían saber que tiene unas buenas propiedades para cuidar el cutis y que con esta planta se prepara un “agua de murajes” que, entre otras cosas, refina la piel y hace desaparecer las juveniles pecas.

Bibliografía

(1) Ceballos, A. (1998). Plantas de nuestros campos y bosques. Andryala. Madrid.
(2) Ducerf, G. y Thiry, C. (2003). Les plants bio-indicatrices. Guide de diagnostic des sols. Promonature. Briant (Francia).
(3) Amaia, K. y otros autores (2004): Flores silvestres de Bizkaia. Una mirada estética. BBK. Bilbao.
(4) Kunkel, G. y Kunkel, M.A. (1998). Hierbas infestantes de la comarca de Los Vélez. Revista Velezana. Instituto de Estudios Almerienses. Diputación Provincial de Almería. Almería.
(5) Hernández, A.S. (1987). Flora de Veracruz. Primulaceae. Fascículo 54. Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos. Veracruz (México).