Opinión

Reflexiones en el trigésimo aniversario de Quercus

Quercus / 30 años (1981-2011)

Por Benigno Varillas

Miércoles 22 de octubre de 2014
Los fulgurantes avances en el terreno de las telecomunicaciones pueden hacer real el sueño de miles de personas obligadas a vivir y trabajar en grandes ciudades. Un regreso voluntario al campo, a una vida más acorde con sus inquietudes, gracias al teletrabajo. Un cambio que daría nuevos bríos al mundo rural y a la conservación de la naturaleza.



El trigésimo aniversario de la revista Quercus coincide con un cambio de ciclo que obliga a preguntarnos de dónde venimos y a dónde vamos. El primer tramo de la trayectoria conservacionista es el de Tono Valverde, Bernis y Félix, de 1950 a 1980. Se cierra con la muerte de este último. Etapa dominada por los ingenieros de montes durante los últimos 27 años de la dictadura franquista y los tres primeros de la democracia. El segundo, protagonizado por la generación surgida al calor de esos pioneros, coincide con el nacimiento de Quercus en 1981 y se prolonga hasta hoy. Es etapa de biólogos y ONG. El tercero, hay que discutirlo.

Elevamos al cubo el modelo de los pioneros. Tono creó Doñana, ahora tenemos mil parques. Bernis quería una cátedra, ahora tenemos mil departamentos universitarios de Biología. Félix impulsó Adena y ahora tenemos mil asociaciones y fundaciones. En treinta años hemos pasado de 3 a 3.000, en personas, en logros y –lo que es el punto débil– en millones del presupuesto público necesario para atender semejante política.

Repetimos esquemas de hace medio siglo
De 1950 a 1980 el abanderado de la destrucción era el propio Estado –ese que hoy reclama el monopolio de la conservación– entonces con leyes para desecar, exterminar, roturar, envenenar y esquilmar. La conservación tuvo que ser introducida por los pioneros como una capa, añadida a las que había, que modificara a la sociedad y a la Administración Pública, de modo que, con un elemento más, extraño, se pudiera proteger espacios naturales, estudiar animales y organizar asociaciones que vigilaran y protestaran. Así nacen las estructuras de las ONG, los parques, los departamentos de las administraciones públicas y universitarias, la normativa y el Seprona.

Repetir ese esquema es lo que hemos hecho en los últimos treinta años. Tono pedía al Estado reservas con centros de recepción, interpretación y guardería, y ahí están, el Estado y las comunidades autónomas, financiando mil y una; Bernis pedía profesores, y el mundo se llenó de ellos; Félix pidió en 1971 un todoterreno a Land Rover (que él a su vez regaló al grupo navarro ANAN) y hoy lo siguen pidiendo WWF, FOP, FCQ y EBD, vía un sarao de famosos que se lo podrá dar, al que gane de ellos, un rally por pistas rurales.

Actuar desde dentro
Pretender que la conservación se haga a golpe de chequera de los presupuestos generales del Estado, dinero que sale de los contribuyentes, y de las empresas privadas –que sacan el dinero al cliente– ya no es posible. Aunque lo fuera, no es la solución.

Llevamos sesenta años actuando desde fuera. Los logros y las circunstancias externas permiten hoy repensar la estrategia desde los cimientos. Podemos y debemos actuar desde dentro.

Vacío territorial
El mundo rural iniciado hace 10.000 años en el Neolítico desaparece por minutos. No es rentable. El vacío territorial que genera es inmenso. El pastor absentista, financiado hasta ahora a golpe de subvenciones, tampoco puede seguir siéndolo.

Los naturalistas tienen que vivir en el campo
La conjunción de estas circunstancias coincide con una tercera. La salida de la España rural es, además de mantener la producción agrosilvopastoril, potenciar el turismo y la Sociedad de la Información. Periodistas ambientales, conservacionistas, guardas, agentes del Seprona, técnicos del medio natural de las comunidades autónomas y del Estado, políticos con interés en la conservación, educadores ambientales, profesores, investigadores, juristas y fiscales de medio ambiente, biólogos e ingenieros de montes, saben que su ciclo actual acaba. Afortunadamente. Por primera vez en la historia, existe tecnología para que los que tienen vocación naturalista puedan irse a vivir al campo y desde allí teletrabajar. Pero para dejar de ser funcionarios, abandonar oficinas y ciudades, negociar una reforma del contrato laboral que permita fórmulas flexibles a distancia para disponer del tiempo y del espacio, hay que acometer reformas.

Cambiar las leyes para poder participar
Trabajar por objetivos y resultados cuando las empresas que ofrecen teletrabajo lo necesiten y, cuando no, dedicando el tiempo a actividades turísticas, cinegéticas, mediáticas, formativas, agrosilvopastorales y otras, orientadas a la gestión de espacios donde queremos que proliferen especies salvajes amenazadas, requiere cambiar las leyes para que puedan participar en ese proceso ciudadanos de a pie, teletrabajadores conservacionistas insertados en un medio rural donde se desarrolle una economía multifuncional orientada, no sólo a producir alimentos de calidad, sino también a producir biodiversidad y vida salvaje. Los parlamentarios tendrán que hacer evolucionar la normativa y los conceptos de derecho de uso de la tierra, del suelo, de la fauna y de la flora. Una revolución para que el esfuerzo conservacionista de estos sesenta años se consolide en procesos anclados en la sociedad, sin necesidad de capas externas y financiaciones inviables.

Revitalizar aldeas y territorios
Decenas de miles de habitantes de las ciudades –y los que ya están en el campo que se quieran reconvertir– podrían revitalizar aldeas y territorios en corredores y zonas periféricas de los espacios naturales, así como en el corazón de los mismos, para ser ellos los que implanten la política conservacionista porque viven de y para ella, no pagados por el Estado, que no tiene dinero para hacerlo, sino por actividades productivas mixtas requeridas por la sociedad y la economía de mercado, que permitan un modelo económico que aproveche al máximo los recursos disponibles; de ellos, el principal, el teletrabajo. La conservación es un complemento para cuadrar el balance económico y, sobre todo, colmar de felicidad, calidad de vida y esperanza de futuro, por estar el que la haga inmerso en el medio natural y en procesos de vanguardia de la Sociedad de la Información. Planteamos ese modelo a ayuntamientos, a comunidades autónomas, al Estado, a empresas, a profesionales atados al ordenador en oficinas urbanas tristes y amenazadas, a ti. Esperamos respuesta. Puedes mandarla a benigno@quercus.es