Editorial

El sueño de Valverde cumple 50 años

Miércoles 22 de octubre de 2014
La Estación Biológica de Doñana (EBD) fue creada en 1964 por José Antonio Valverde, así que este año celebramos su quincuagésimo aniversario. No es que seamos unos fanáticos de las cifras redondas, pero tampoco desaprovechamos las oportunidades que brindan ciertos acontecimientos para mostrarnos agradecidos, sobre todo cuando se trata de un cumpleaños feliz. Cualquier colectivo humano genera luces y sombras a lo largo de un periodo de tiempo tan dilatado, pero nadie negará que el balance de estas cinco décadas sólo puede calificarse de brillante. Lo que empezó siendo una benemérita cabezonada personal, un fiel reflejo de la Estación Biológica de la Tour de Valat, en la Camarga francesa, se ha convertido hoy en un centro de referencia, con no pocos investigadores de prestigio internacional. España, tan indolente en otras ramas de la ciencia, tiene un considerable peso específico en ecología evolutiva y biología de la conservación, disciplinas canónicas en la EBD.


En cuanto al particular microcosmos de este Quercus impreso, los autores procedentes de la EBD quizá hayan sido sus más asiduos colaboradores. Ya en el primer número de la revista, allá por diciembre de 1981, abrieron la nómina Fernando Hiraldo y Miguel Delibes de Castro. Basta con ojear los contenidos de este cuaderno para comprobar que Fernando Hiraldo vuelve a firmar un artículo y ¡hasta podemos verle vadear un río a pie enjuto!

Han sido tantos los que han pasado por estas páginas que cualquier lista sería forzosamente injusta. Entre los habituales es obligado mencionar a José Antonio Donázar, Miguel Ferrer y José Luis Tella, sin olvidarnos del actual director de la EBD, Juan José Negro. ¿Y qué decir de Carlos M. Herrera, el único de ellos que ha mantenido una sección fija en Quercus? Contar con sus firmas y su autoridad, en el mejor sentido de la expresión, ha sido, y sigue siendo, un verdadero privilegio. Tampoco podemos olvidarnos de los miembros del equipo de Seguimiento de Procesos Naturales, avezados naturalistas que se han comportado como una fuente de información impagable. En cuanto a los renuevos, ahí está el artículo firmado por los actuales doctorandos de la EBD para comprobar que hay savia y futura madera.

Como la mayoría de los centros de investigación españoles, la EBD tiene que luchar a diario por el “maldito parné”, la llave de oro que abre cualquier línea de investigación. No son buenos tiempos para inversiones cuyos resultados, quizá ni siquiera tangibles, tendrán que verse a largo plazo. La urgencia de la política, de los vaivenes económicos, casa mal con la labor investigadora, que es paciente y acumulativa. Menos aún en un terreno que todavía levanta suspicacias como la biología de la conservación, empeñada en poner trabas a un mal entendido progreso material. No han podido renovarse plazas de becarios e investigadores noveles, de manera que se ha echado el freno al ya lento proceso de las ciencias naturales. Algunos proyectos incluso se habrán abandonado. Como en otras disciplinas, los parones son a veces irrecuperables y ponen en entredicho todo el esfuerzo anterior.

Estos mismos argumentos, aplicados hoy a la EBD, pueden hacerse extensivos a otros muchos centros e institutos pertenencientes al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en particular a los de su área de Recursos Naturales. Las ciencias de la vida, en las que destacamos como país, merecen un poco de reconocimiento social y mayor apoyo financiero.

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