Editorial

Un verano muy amazónico

Martes 29 de agosto de 2023

Entre los días 8 y 9 del pasado mes de agosto el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, reunió en Belén de Pará a los dirigentes de los ocho países cuyos territorios forman parte de la cuenca del río Amazonas. El objetivo era llegar a un acuerdo político que permitiera alcanzar la Deforestación Cero en el año 2030. Como suele ser habitual en estos casos, los resultados fueron muy poquito ambiciosos y solamente Brasil, en su papel de país anfitrión, y Colombia se comprometieron a cumplir con esa fecha. Los demás no escatimaron buenas palabras, pero lo máximo que pudo lograrse fue crear una Alianza Amazónica de Combate a la Deforestación. Menos es nada, pero el tiempo corre en su contra. Nadie es capaz de saberlo con seguridad, aunque algunos científicos indican que, al actual ritmo de deterioro, la pérdida de biodiversidad puede llegar a un punto de no retorno en el plazo de diez años.

La Amazonia es tan gigantesca que su destino tendrá repercusiones de ámbito mundial. Abarca una superficie de 6’7 millones de kilómetros cuadrados, más de trece veces el tamaño de España, 5 de los cuales están cubiertos de bosques. En ella viven unos 33 millones de personas, cuando, por seguir con las comparaciones, la población española se cifra en 47 millones. En palabras de Claudio Maretti, responsable de la Iniciativa Amazonia Viva del WWF, “el paradigma de una Amazonia aislada y, en consecuencia, pasivamente protegida, ya no es válido. La degradación ambiental está afectando a la salud y a las economías locales, y es una fuente creciente de conflictos en la región.”

Como saben de sobra los lectores de Quercus, hacen bien los líderes políticos en considerar que la deforestación es el reto principal. No sólo por los enormes recursos madereros de la cuenca, sino también por la conversión del suelo forestal en explotaciones agrícolas y ganaderas, a lo que se unen los problemas derivados de la minería y la construcción de grandes infraestructuras viarias e hidráulicas. En resumidas cuentas, un ejemplo palmario del choque que supone la irrupción del libre mercado en un santuario de vida silvestre, donde sobreviven algunas poblaciones aún ancladas en la caza y la recolección.

Que sigue albergando lugares remotos lo confirma el artículo de Agustín Camacho que publicamos en las páginas 54 y 55 de este número de Quercus. Ahí tenemos la Sierra del Imerí, donde se adentró por primera vez una expedición científica, organizada por la Universidad de Sao Paulo, en fechas tan recientes como noviembre del año pasado. Buscaban las nuevas especies que con seguridad alberga, sobre todo de anfibios y reptiles, pero también calibrar la influencia del cambio climático en un sistema montañoso que se alza dentro de la inmensidad selvática. Es cierto que en el siglo XXI quedan ya pocos rincones por explorar, pero de haberlos están en sitios como la Amazonia. Cuando Arthur Conan Doyle buscó un escenario para ambientar su maravillosa novela El mundo perdido, un oasis donde pudieran haber perdurado los ecosistemas del Mesozoico, eligió las selvas de Sudamérica. Quien no la haya leído todavía que se apresure a hacerlo, pues es divertidísima y completamente adictiva. Los dinosaurios de la fantasía sobrevivían precisamente en unos cerros escarpados y casi inaccesibles que muy podrían ser los de la Sierra del Imerí.

Puestos a recordar efemérides, el 5 de septiembre se celebra precisamente el Día de la Amazonia. Alude a la creación en 1850 de la provincia de Amazonas, hoy administrativamente un estado brasileño con el mismo nombre. Y el 14 es también una fecha señalada, pues corresponde al Día Internacional de Humboldt, el científico prusiano que se adentró con el botánico francés Bonpland en unas selvas que a comienzos del siglo XIX debían ser idénticas a las que imaginó Conan Doyle. En ese mismo día, pero de 1769, vino al mundo el gran naturalista en Berlín, modelo de tantos que siguieron su estela. Un verano, en definitiva, de lo más selvático. Otro que también anduvo por la Amazonia fue Alfred Rusell Wallace y, para remate, el Museo Nacional de Ciencias Naturales le dedica una exposición que se inaugura el 25 de octubre.