Por Antonio Rodríguez “Clarita”
Desde el punto de vista de su avifauna, uno de los ecosistemas más ricos de Doñana es la Marisma, tanto por sus especies invernantes como nidificantes. Los primeros censos con un cierto rigor científico fueron llevados a cabo por José Antonio Valverde en los años cincuenta. Aparte de poner de relieve la biodiversidad de la zona, aquellos registros fueron fundamentales para justificar la creación del Parque Nacional de Doñana en 1969, que se convirtió en un área protegida clave para las aves migratorias europeas y africanas. En los años setenta se iniciaron los censos aéreos de la Estación Biológica de Doñana, que durante más de cuatro décadas dieron lugar a una visión muy valiosa de la dinámica de aquellas poblaciones. Una perspectiva que permitió comparar y comprender ciertas tendencias, no sólo respecto a determinadas especies sino en cuanto a la calidad ambiental de la propia Marisma.
Sin embargo, si queremos remontarnos más allá en el tiempo, las fuentes de información se vuelven escasas. Tenemos los textos de aquellos primeros exploradores-cazadores-naturalistas que visitaron el estuario del Guadalquivir a finales del siglo XIX y principios del XX. Nos dan una visión de la Marisma de antaño, aunque de una forma muy exigua y somera, apenas unas pinceladas subjetivas sobre el número de especies o el tamaño de sus poblaciones. En ese legado entran los textos de Chapman, Noble, Poncins, Amezaga y otros autores. Una segunda fuente de datos, aunque igualmente muy parcial, son los relatos de los viejos guardas y pateros marismeños. El mismo Valverde fue muy consciente de la importancia de recabar información histórica a través de ellos e hizo muchas entrevistas para obtener registros de primera mano.
AUTOR:
Antonio Rodríguez Ramírez es doctor en Geología y trabaja como docente en la Universidad de Huelva desde 1998, donde además investiga sobre geomorfología y dinámica de las zonas costeras del Bajo Guadalquivir. Es descendiente de una larga saga de marismeños, los Clarita, pateros y guardas de la Marisma de Doñana, donde pasó toda su niñez. Fruto de esa rica herencia familiar es su afición por las aves y su inquietud por retratar los cambios que ha experimentado Doñana a lo largo de las últimas décadas.
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