En Galicia se ha declarado la guerra al jabalí. No es la primera vez que ocurre ni, desde luego, será la última. Habrá muchas más guerras similares y todas estarán condenadas al fracaso. En el lenguaje de los políticos, el motivo ha sido una “emergencia cinegética” que afecta al 85% del territorio y se mantendrá hasta finales del mes de febrero. Es una guerra de exterminio, sin reglas. Podrá cazarse cuándo, dónde y cuanto se quiera. La medida es tan disparatada que hasta los propios cazadores han advertido que no piensan cumplirla. De hecho, dudan de que la situación sea tan crítica.
Para empezar, la campaña se puso en marcha a mediados de octubre, una vez cosechado el maíz. La mayoría de los 4.208 avisos por daños que se produjeron en la campaña del año anterior fue precisamente por la irrupción de jabalíes en los maizales. No deja de ser curioso que la veda se abra justo cuando ya no hay posibilidad de que se produzcan mermas en la cosecha. Parece que no se trata de proteger a los agricultores, sino de vengarse de los agravios que han padecido. Primero se ceba a los jabalíes y luego se les mata. Es la quinta vez que se activa este mecanismo desde el año 2019 y los resultados son bien conocidos.
Por otra parte, el verano pasado fue uno de los más secos que se recuerdan en Galicia y eso afectó, y mucho, a la cosecha de maíz. En otras regiones es un cultivo de regadío, pues necesita bastante agua. En Galicia es de secano, mientras llueva lo que tiene que llover. Agosto pasó sin apenas precipitaciones y el maíz creció poco y granó mal. Muchos agricultores adelantaron incluso la cosecha para tratar de salvar lo poco que podían vender. Un maíz que se destina sobre todo a la alimentación del ganado, ya sea como tal o en forma de piensos. El caso es que este año los jabalíes van a pagar el pato del descontento. Todo el mundo sabe, gestores, cazadores y campesinos, que el año que viene seguirá habiendo muchos jabalíes y encontrarán comida fácil y abundante en los maizales. Así que la masacre por decreto del jabalí solamente tiene una función apaciguadora. Había que señalar una víctima, el clásico chivo expiatorio. El lobo también suele asumir tan triste e inevitable papel, a pesar de que sería un buen aliado para mantener a raya las poblaciones de jabalí.
Pero, claro, cuando los equilibrios naturales se han perdido, la gente anda encabronada y el voto rural todavía pesa, la solución más sencilla es declarar una “emergencia cinegética”, aunque no sirva de nada. Pegar cuatro tiros y descargar la mala leche. Una postura más racional habría sido leerse el entretenidísimo libro de Mary Roach titulado Crímenes animales, repleto de casos en los que “la naturaleza infringe la ley”. Disponible, dicho sea de paso, en Linneo, la librería virtual de Quercus. La Xunta de Galicia habría tomado una decisión más sabia si hubiera repartido unos cuantos ejemplares, para regocijo de la editorial Capitán Swing. Dinero público bien empleado. Con su lectura los afectados habrían sabido que estas medidas destinadas al control de poblaciones son un deseo insatisfecho, de esos que conducen a la melancolía. Uno de los capítulos relata cómo el ejército de Estados Unidos perdió la batalla de Midway. No contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, sino contra dos especies de albatros que anidan masivamente en ese atolón del Pacífico. Los americanos montaron una base aeronaval en un terreno ya ocupado por una secular colonia de cría. Aplicaron todas las técnicas de destrucción masiva a su alcance, y... Ganaron los albatros. La base fue desmantelada en 1993.