Por Salvador Herrando-Pérez y Joaquín Albesa
Despegar en un avión pone de evidencia que nuestra vida transcurre sobre todo en un mundo horizontal. Sin embargo, los animales voladores emplean el espacio aéreo como una parte esencial de su hábitat. Esa llamada aerosfera es equivalente a la hidrosfera, dependiendo de si el medio tridimensional es aire o agua. En el aire no sólo hay desplazamiento diario de individuos, sino que también tienen lugar migraciones e interacciones entre especies, además de flujos continuos de alimento, parásitos, semillas o contaminantes.
La presencia de estructuras humanas puede alterar esos procesos biológicos y causar la muerte de muchos animales. Cuanto más altas y extensas sean dichas estructuras, mayor será su impacto. Por ejemplo, las turbinas de los parques eólicos ya son un elemento familiar de nuestros paisajes. Además de su envergadura, mueven las palas con el impulso del viento rutinariamente a una velocidad de 200-300 kilómetros por hora, lo que incrementa el riesgo para la fauna voladora y afecta de forma muy particular a los murciélagos.
AUTORES:
Salvador Herrando-Pérez (salherra@gmail.com) y Joaquín Albesa (joaquin.albesa@uv.es).