Cuaderno de campo

La muerte en los ecosistemas: ¿qué ocurre cuando un animal muere?

Marca el inicio de un largo proceso de descomposición y desarticulación.

Por Esteban García-Viñas y Eloísa Bernáldez Sánchez

Miércoles 22 de octubre de 2014
El ciclo vital comprende varias etapas y la muerte es la última de ellas, pero no por ello deja de ser importante, aunque sí la peor estudiada. Entre los vivos y los fósiles están los cadáveres y son ellos los que completan el ciclo. El momento de la muerte suele identificarse con el fin de la vida, pero nosotros estamos seguros de lo contrario: en torno a un cadáver se acumula una gran riqueza faunística, compuesta por microorganismos, insectos, pequeños carnívoros, aves, ungulados e incluso reptiles. El estudio de esta fase aporta conocimiento, no sólo sobre el ecosistema, sino también sobre el comportamiento humano.

Desde hace varias décadas, la Paleobiología y la Arqueozoología han tratado de interpretar la economía y las costumbres alimenticias de las sociedades antiguas mediante el análisis de los restos de fauna encontrados en los yacimientos arqueológicos. Nosotros, en cambio, rastreamos las costumbres basureras, ya que el registro orgánico que se conserva en esos yacimientos es sólo una mínima parte de lo que el ser humano consumió y tiró ¿Dónde están los derivados de la harina, las verduras o los restos de animales pequeños que sirven de alimento a perros, gatos y otros carroñeros? Intentar definir al hombre basurero y carroñero en la antigüedad es una tarea imposible, porque nos falta la fase de observación necesaria en todo proceso científico. Aún así, este obstáculo puede solventarse haciendo aproximaciones mediante estudios actuales que puedan transferirse al pasado (1). Es decir, podemos estudiar cómo se deshace la sociedad actual de sus residuos y buscar similitudes y diferencias con lo que aparece en los yacimientos.

El problema radica en que las sociedades humanas han cambiado y cambian a un ritmo vertiginoso y sabemos que la basura de nuestro tiempo no tiene nada que ver con la que tiró un fenicio en el siglo VII a. C. Ni siquiera con la de una tribu perdida del Amazonas, puesto que, además de su cultura, los recursos que tienen a su alcance son diferentes. Sin embargo, no queremos restar importancia a este tipo de investigaciones enmarcadas en la etnoarqueología, ya que nos aportan un conocimiento muy valioso para comprender algunos aspectos etológicos de las sociedades humanas. Nuestro punto de vista es diferente, pues nos fijamos en cómo aprovechan las carroñas y acumulan los deshechos las especies silvestres actuales (sin grandes cambios en su comportamiento ni en su función ecológica), para poder diferenciar los depósitos humanos recientes de los generados en los asentamientos prehistóricos, en los cuales el límite entre naturaleza y cultura se hace más débil. De este modo podemos observar los cambios que ha sufrido el índice de animalidad del hombre desde sus ancestros hasta la actualidad a través de la cultura y de los avances tecnológicos por comparación con el comportamiento animal (2). Estos estudios se denominan bioestratinómicos.


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