Opinión

El mastín, el mejor amigo del lobo

Mastín con ovejas en Carrizo de la Ribera (León). Foto: Antonio Pulido.
Miércoles 22 de octubre de 2014
El lobo recupera territorios perdidos y los amantes de la naturaleza ibérica nos felicitamos por ello. Otros le demonizan como hacía mucho que no lo hacían, indignados por los ataques al ganado del totémico depredador, al que sencillamente el abandono del uso pastoral se lo ha puesto más fácil. En este bucle de argumentos contrapuestos, el mastín puede y debe ser una pieza clave para el entendimiento entre amigos y enemigos del lobo.

Por Antonio Pulido


En sus primeros tiempos, hombres y cánidos estuvieron estrechamente unidos, en tal medida que sería difícil establecer la línea de separación que marque una jerarquía etológica en base a quién dependía de quién. El humano, en su fase de cazador-recolector, iba adaptándose al medio libre por conductas imitativas derivadas de la observación del comportamiento animal, a partir de las cuales generaba procesos inductivos y de abstracción que le permitieron imponerse sobre el resto de los demás seres vivos e incluso escapar de la mayor parte de los condicionantes que imponía la selección natural.

En aquellos momentos es muy posible que los grupos humanos advirtiesen la utilidad de seguir a las manadas de lobos con el fin de arrebatarles la presa cazada, ahorrando así un enorme esfuerzo energético en el proceso de búsqueda y persecución. La tremenda capacidad depredadora del lobo está a la altura de cualquier otro gran cazador coetáneo, pero a diferencia de osos o de grandes felinos es mucho más fácil de batir para arrebatarle el objeto de su caza, que podía ser desde un caballo hasta un bisonte o un cérvido de gran porte. Pudo ser que de este modo el clan familiar humano acabara por apreciar la utilidad de la proximidad canina. Hay quien propone una versión contraria, según la cual fueron los cánidos quienes siguieron a los grupos humanos para así aprovechar los restos que estos iban dejando a su paso nómada por los territorios de caza.

Como quiera que fuese, lo que si resulta nítida es la separación entre unos y otros una vez que el hombre se hace sedentario y ganadero. El modo de ser del ancestro nómada se vuelve antagonista con el nuevo modo de entender y usar la naturaleza salvaje. Si los grandes herbívoros, antaño largamente codiciados como piezas de caza, se tornan ahora en competidores por los pastos y el espacio, el gran carnívoro social es reemplazado por sus familiares domesticados, odiado y perseguido hasta su extinción, que se procuraba metódicamente.

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