Editorial

Firmamos a favor del Mar de las Calmas

Sábado 01 de julio de 2017

Al cierre de este número de Quercus, WWF España había recogido ya 15.634 firmas en apoyo de la declaración del Mar de las Calmas, situado frente a la isla de El Hierro, como el primer parque nacional exclusivamente marino de nuestro país. La actual red de parques incluye dos espacios marítimo-terrestres, Cabrera y las Islas Atlánticas de Galicia, pero aún no cuenta con ninguno dedicado por entero al mar. Podría haber otros candidatos, cierto, pero ninguno con un nombre tan hermoso como el Mar de las Calmas.

La propia isla de El Hierro sirve de parapeto a los insistentes vientos alisios y sus aguas tienen la particularidad de ser una encrucijada entre el litoral y el océano abierto, entre las especies subtropicales y las norteñas. El edificio volcánico de El Hierro cae a pico bajo el mar, sin apenas plataforma continental, y de ahí que sean tan abundantes algunos cetáceos, como zifios y cachalotes, que suelen encontrarse bastante más alejados de la costa. Para remate, puede que sus aguas estén en calma, pero bajo ellas late una insólita actividad volcánica, como pudimos comprobar a raíz de las famosas erupciones del año 2011 al sur de La Restinga. Unas emanaciones gaseosas submarinas que albergan peculiarísimas comunidades vivas. ¿Hacen falta más razones para que el Mar de las Calmas se convierta rápidamente en un nuevo parque nacional?



Aquí es donde interviene la estulticia humana. De acuerdo con la lógica imperante, el Cabildo Insular de El Hierro pretende sacar rentabilidad política a su consentimiento. Todo tiene un precio, a veces muy alto. Como, por ejemplo, un aeropuerto internacional que permita aplicar un modelo turístico tan insostenible como el que ya campea en otras islas canarias. En consonancia, a los hoteleros les gustaría cambiar las normas urbanísticas para edificar grandes mamotretos a mayor gloria de la masificación. Finalmente, y no como problema menor, están los pescadores deportivos. Se niegan a cualquier regulación que ponga trabas a su actividad, no por mera afición, sino porque venden las capturas a buen precio en los restaurantes locales. La pesca profesional, afectada por este intrusismo, sí estaría permitida en el parque nacional, aunque no la pesca deportiva. Valga el ejemplo de Cabrera para valorar en su justa medida la capacidad de presión de este pequeño sector: allí también se oponen a que se triplique la superficie marina amparada por el parque nacional. En ambos casos, lo que parecía una buena idea se da de bruces con las miserias particulares. Todo el mundo trata de arrimar el ascua a su sardina, lo que dice muy poco en favor de su interés por el bien general.

Al margen de posibles controversias políticas, que también las hay, el Cabildo pide al Organismo Autónomo Parques Nacionales que sirva de correa de transmisión ante el ministerio que dirige Isabel García Tejerina. La creación del nuevo parque nacional sólo podría elevarse al Congreso de los Diputados por petición expresa de los herreños a través de su comunidad autónoma y del Consejo de Ministros. Un camino largo y tortuoso que, mucho nos tememos, apenas ha empezado a recorrerse.

Como en otras ocasiones, el escollo principal ante cualquier intentona de proteger un espacio natural es la lista de restricciones que los implicados temen que caiga sobre sus espaldas. Quizá les convenga consultar un reciente estudio de la Universidad del País Vasco sobre la calidad de vida en Urdaibai. Su declaración como Reserva de la Biosfera no sólo carece de efectos negativos para la población, sino que ha garantizado la conservación del entorno y es probable que haya fomentado tanto su desarrollo socioeconómico como cultural. El Hierro ya cuenta con una Reserva de la Biosfera, figura muy distinta a la de Parque Nacional, pero debería bastar para limar recelos y asperezas.


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