Editorial

El milagro (pendiente) de los peces

Lunes 29 de septiembre de 2025

El problema de la pesca, como el de otras actividades extractivas, ha sido y sigue siendo el exceso. Si se saca y no se repone, la cuenta corriente entra en números rojos y vienen las lamentaciones. Otro problema, no menor, es el de la responsabilidad. O, mejor dicho, el de la irresponsabilidad. Al ser muchos los señalados, la culpa se diluye. ¿Para qué voy a echar yo el freno si el de al lado no lo hace y encima se lleva mi beneficio? Toca entonces buscar chivos expiatorios a los que endosarles el entuerto y los más a mano son los políticos y los científicos, siempre empeñados en poner trabas. Este es el enfoque más pesimista. Pero hay razones para el optimismo. Ante los signos de agotamiento del recurso, los propios profesionales del sector han empezado a comprender que es preferible moderarse antes que terminar en el paro, en la reconversión forzosa o en la jubilación anticipada. Todo esto a escala local, regional y nacional, claro, porque lo que ocurre en aguas internacionales es otra historia. Allí sigue imperando la ley de la selva, la estrategia de sálvese quien pueda e idiota el último.

Aunque todo esto parece muy reciente, hunde sus raíces en un pasado bastante lejano. Cuando se pescaba a vela o a remo, con artes de pesca artesanales y sin otra fuerza motriz que los brazos, el mar era capaz de restituir la escasa cosecha que así proporcionaba. Cuando llegaron los motores, las redes kilométricas y las grúas que izan aparejos, ya no hubo límites sino, por el contrario, una decidida apuesta por ir siempre un poco más lejos. ¿Hasta dónde? Mientras durara la fiesta. ¿Y después? Cuando lleguemos allí ya nos preocuparemos.

En este número de Quercus dedicamos muchas páginas a la gestión pesquera y, en particular, al arrastre de fondo, que es una de las modalidades más nocivas para los ecosistemas marinos. Es un arte que arrambla con todo lo que encuentra a su paso, tenga interés comercial o no, destruye las comunidades bentónicas y elimina los lugares donde precisamente encuentran alimento y refugio los alevines que podrían garantizar la pesca del futuro. Un desastre en toda regla. Por eso lo ha elegido Juan Jiménez como ejemplo de una nefasta política pesquera a la que ha sido difícil poner coto en los últimos trescientos años (págs. 14-23). El arrastre empezó a usarse en el siglo XVIII y ya entonces contó con la oposición de los que se dedicaban a la pesca artesanal. Las cosas no han hecho más que empeorar y nos hemos plantado en el día de hoy sin que resulte fácil resolverlas, como destacan a continuación José Manuel de los Reyes, Miquel Ortega y Marta Coll al analizar la pesca de arrastre en el litoral mediterráneo español (págs. 24-30). Si hay un sector en crisis permanente es ese. El punto de esperanza lo aportan los investigadores del Instituto Español de Oceanografía, al comprobar que los fondos del Canal de Menorca se han recuperado bastante bien desde que en 2016 se creara allí una Zona de Protección Pesquera (ZPP) que suprimió la pesca de arrastre en un área de casi 2.000 kilómetros cuadrados, entre los 50 y los 100 metros de profundidad (pág. 31). Los efectos benéficos de esta medida se han extendido incluso a los fondos limítrofes, donde el arrastre sigue estando permitido.

Conocemos los síntomas de la enfermedad, el diagnóstico es claro, disponemos del tratamiento adecuado y, como es habitual en estos casos, el tiempo corre en contra. Urge, por lo tanto, adoptar una estrategia pesquera basada en la mejor ciencia posible, tarea que recae en quienes administran los asuntos públicos. Pero ¡ay!, los votos de hoy no garantizan el pescado de mañana. Ni en España ni en Europa.


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