Las políticas públicas no están funcionando para proteger la Amazonía. Las leyes y la colaboración internacional parecen no ser suficiente. ¿Será el mercado la última esperanza para salvarla? Los consumidores pueden marcar la diferencia. Al preferir productos libres de deforestación y exigir trazabilidad, envían un mensaje claro: la selva es la prioridad.
Texto y fotos: José Álvarez Alonso
Recientemente estuve visitando la comunidad indígena Sucusari, en el río del mismo nombre, afluente del Napo, en la Amazonía peruana. Don Sheba, un viejo amigo y respetado líder de esta comunidad de la etnia Maijuna, me comentó: “Se nos están yendo los jóvenes, vamos a tener que vender nuestra madera para sacar algo de platita”. Me quedé de piedra. Con Don Sheba y otros líderes maijuna habíamos trabajado desde hace más de tres lustros para impulsar la creación de una reserva que protegiese el territorio tradicional de este pueblo, uno de los más amenazados del medio centenar que habita la Amazonía peruana. Después de más de siete años de lucha del pueblo maijuna y sus aliados kichwa del Napo, se logró en 2015 la creación del Área de Conservación Regional Maijuna Kichwa. Con algo más de 391.000 hectáreas, se encuentra entre los ríos Napo y Putumayo, en la frontera entre Perú y Colombia, una de las zonas más biodiversas del planeta.
Durante esos años tuve oportunidad de participar en numerosas reuniones, asambleas y congresos de ambos pueblos, como representante del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, donde trabajaba entonces, en el marco de un programa de conservación de la biodiversidad con comunidades locales. Los indígenas estaban convencidos de que el bosque es su mayor capital, que estaba siendo amenazado por taladores, mineros, cazadores y pescadores ilegales, afectando su fuente principal de recursos de subsistencia. Con ellos impulsamos un modelo de “conservación productiva”: manejar y conservar sus bosques y humedales sin destruirlos ni sobreexplotarlos, para beneficio de las propias comunidades, acorde con su carácter “bosquesino” (más que agricultor o ganadero), como los definen los antropólogos. Todos estuvieron de acuerdo con la creación de la reserva, menos los madereros y mineros ilegales, por supuesto, que hicieron una fuerte e inútil campaña en contra. A estos se sumaron las mafias que se enriquecen con los megaproyectos en la Amazonía, al apostar por una carretera entre los ríos Napo y Putumayo que atravesaría los territorios maijuna y la reserva, un riesgo enorme para este pueblo, del que sobreviven poco más de quinientas personas.

Bosque del Área de Conservación Regional Maijuna Kichwa, en la Amazonía peruana.
Los jóvenes emigran
En un congreso de las cuatro comunidades maijuna, allá por el año 2010 (donde por cierto me bautizaron con mi nombre maijuna “Maá”, que significa guacamayo, porque decían que hablaba mucho), recuerdo que se estuvieron evaluando las opciones económicas y productivas para las comunidades. Yo les propuse que, con un proyecto financiado por la cooperación internacional, podíamos apoyarles para aprovechar con planes de manejo los recursos forestales y acuáticos de su entorno, incluyendo la madera en sus territorios titulados. Debatieron y decidieron que la extracción de madera no era una actividad que querían priorizar, porque tenían malas experiencias pasadas con los madereros de la ciudad. Como biólogo me alegré mucho de esta decisión y les felicité. Optaron por las artesanías con fibras, semillas y otros productos naturales, el ecoturismo (precisamente la comunidad Sucusari tiene cerca un albergue turístico), el manejo de frutos silvestres, pescado y de fauna silvestre, entre otros bionegocios (basados en el aprovechamiento sostenible de la biodiversidad).
Ahora Don Sheba y otros líderes han cambiado de opinión. Me comentaron que sólo en el último año ocho jóvenes se habían ido de la comunidad Sucusari a buscar trabajo en otros lugares del Perú, incluyendo un nieto de Don Sheba. Es sin duda una gran sangría para una comunidad de apenas 35 familias. Ya en años anteriores más jóvenes habían emigrado, en esta y en otras comunidades maijuna, un patrón cada vez más generalizado en la población indígena amazónica. Algunos se habían ido a la cercana ciudad de Iquitos y otros al sur de Perú, no sería extraño que a trabajar en minería aurífera u otras actividades ilegales.
Más que un bosque
Cada vez hay más evidencias de la importancia de la Amazonía para el planeta. Los expertos calculan que alberga hasta una quinta parte del agua dulce no congelada y un porcentaje similar de la biodiversidad mundial. En esos bosques se han encontrado ya algunas medicinas y productos clave para la humanidad, pese a que apenas una fracción de su biodiversidad (menos del 3% de las más de veinticinco mil especies de plantas) ha sido investigada para posibles usos y constantemente son descubiertos nuevos taxones. Hoy se sabe también que los bosques amazónicos son clave para regular el clima global, por la enorme cantidad de carbono que almacenan y por su función reguladora del régimen de lluvias. Se calcula que si se destruyese la Amazonía las temperaturas globales podrían elevarse hasta en un grado y medio. Un estudio también indica que el suroeste de Estados Unidos, que ya sufre una sequía crónica, recibiría un 20% menos de lluvia, mientras que la capa de nieve de la Sierra Nevada se reduciría hasta en un 50%.

Varios niños de la etnia Maijuna, en la Amazonía peruana, se bañan en el río Sucusari.
Reconocidos expertos como A. D. Nobre y T. E. Lovejoy, entre otros, calculan que entre un 20% y un 25% de deforestación en la Amazonía constituye el llamado “punto de no retorno” o umbral, sobrepasado el cual el ecosistema amazónico cambiaría a un sistema no forestal tipo sabana. Actualmente la deforestación se aproxima a un 17%, aunque a esto habría que añadir el porcentaje, que algunos autores calculan en cerca del 38% adicional de bosques degradados por tala selectiva e incendios forestales (Lapola y otros autores, Science 379: 6630). Hoy se sabe que los árboles amazónicos emiten partículas aromáticas que funcionan como núcleos de condensación para la humedad de las nubes. También se sabe que más de la mitad de las lluvias se originan en la misma cuenca amazónica gracias a la humedad transpirada por los árboles, la cual es transportada de este a oeste por los llamados “ríos voladores”. Si estos bosques autóctonos son sustituidos por pastos o plantaciones comerciales de especies foráneas, el maravilloso ecosistema que conforman perdería su capacidad de regular su propio clima.
Las perspectivas no son halagüeñas, pues si las tendencias actuales continúan, los modelos indican que hacia finales de la década se habría traspasado con creces dicho umbral. De momento las sequías en la Amazonía se han vuelto cada vez más intensas y frecuentes, alternadas con inundaciones también extremas, un efecto sinérgico de la deforestación y el cambio climático y un escenario muy favorable para incendios catastróficos antes inconcebibles en estas selvas lluviosas, como los que han arrasado estos meses atrás millones de hectáreas en todos los países amazónicos. En 2024 el nivel del agua del río Amazonas ha descendido a su punto más bajo registrado hasta la fecha (récord de la vaciante).
¿Quién paga por la conservación?
Más pronto que tarde, si queremos mantener el maravilloso ecosistema amazónico funcionando y proveyendo valiosos bienes y servicios para la población amazónica y para el planeta, los gobiernos deben cobrar la factura a quienes destruyen y contaminan. Por ejemplo, con impuestos a los productos provenientes de la Amazonía que provocan deforestación y degradación. Esta podría ser una fuente de financiación, pero no es suficiente.

Mono choro (Oreonax flavicauda), primate endémico de la Amazonía peruana que está amenazado a escala mundial.
El mercado también puede cumplir su función reguladora: si los productos que vienen de bosques amazónicos talados (como aceite de palma, soja, carne de vacuno u oro aluvial) pagasen por las externalidades que causa la destrucción de esos bosques, estarían entre los más caros del mundo. Por ejemplo, Pedro Gasparinetti y otros investigadores colaboradores demostraron que solamente el coste de los impactos en la salud de las personas derivado de la minería aurífera ilegal en la Amazonía representa el doble del coste del oro extraído. Con la ganadería amazónica ocurre algo similar: los suelos son tan pobres que para mantener una vaca en promedio se requiere talar entre una y dos hectáreas de bosque, es decir, cambiar una biomasa de entre 1.000 y 2.000 toneladas por hectárea, y miles de especies silvestres, por unos pocos cientos de kilos de carne. Por eso la urgencia de que más países se sumen a las recientes medidas de la Unión Europea (UE), exigiendo a los importadores que demuestren que los productos no han causado deforestación o degradación forestal. Aunque ha habido algunos avances en la lucha contra la deforestación (por ejemplo en Brasil, con el retorno de Lula al gobierno), la tendencia general de pérdida de bosques amazónicos sigue imbatible. Sólo entre 2001 y 2020 la Amazonía perdió cerca del 9% de sus bosques, una extensión del tamaño de Francia.
Cada vez más gente en contra de las áreas protegidas
La creación de áreas protegidas (ANP) ha sido el tradicional mecanismo para garantizar la conservación de la biodiversidad. Actualmente las ANP cubren aproximadamente un 18% de la Amazonía. Si a estas les sumamos los territorios titulados a pueblos indígenas, que representan otro 30%, llegamos a la mitad de la Amazonía con cierto nivel de protección, si asumimos (como ciertos estudios indican) que los indígenas suelen proteger bien sus bosques. Sin embargo, esta protección se debilita por la necesidad de recursos económicos, como estamos viendo con los maijuna y muchos otros pueblos. Por ejemplo, muchas comunidades Awajún del Alto Mayo, también en Perú, han alquilado buena parte de sus territorios a colonos para plantar café, cacao, piña y arroz y han perdido una fracción importante de sus bosques.

Casa típica de la etnia Maijuna, en la Amazonía peruana.
Es posible que estas cifras se incrementen en los próximos años, especialmente en lo referente a la asignación de más áreas a las comunidades indígenas. Pero no es probable que se incremente mucho el porcentaje destinado a superficies protegidas. La gestión de las ANP es cara y se suele criticar a los gobiernos amazónicos por invertir muy poco en ellas, convertidas con frecuencia en “parques de papel”. Por otro lado, a la creación de más reservas y parques se oponen cada vez más tanto organizaciones indígenas como empresas privadas y muchas agencias gubernamentales. Los indígenas, porque consideran que las ANP les usurpan sus territorios y limitan sus prácticas tradicionales de uso de recursos; las empresas y ciertos sectores gubernamentales, porque ven en las ANP una “traba” al desarrollo de esta región, pues “inmovilizan” tierras y recursos. Son casi 35 millones de personas las que viven en la Amazonía, de las cuales dos millones y medio son indígenas. Ellos también aspiran a los beneficios de la modernidad y cada vez requieren más ingresos para financiar bienes como herramientas, materiales, ropa y medicinas, al igual que servicios como educación, salud y comunicación (móviles y motores fuera de borda, por ejemplo, son cada vez más habituales en las comunidades amazónicas).
Es cierto que hay una significativa cantidad de recursos financieros para ayudar a conservar la Amazonía, proveniente tanto de organizaciones privadas como de gobiernos occidentales. A estos hay que añadir los que se destinan a apoyar a las comunidades indígenas para proteger sus territorios y sus culturas, generalmente con un enfoque de conservación. También hay malas noticias: en la COP 16 de Diversidad Biológica celebrada del 21 de octubre al 1 de noviembre de 2024 en Cali (Colombia), los países no lograron llegar a un acuerdo sobre la financiación de la conservación de la biodiversidad en el Mundo. Mientras, los fondos de la cooperación internacional para combatir el cambio climático se están reduciendo significativamente por las políticas de la Administración Trump y los problemas de la UE con la guerra en Ucrania.

Ejemplos de artesanía de la etnia Maijuna.
Si tomamos como referencia las recomendaciones de los científicos de que al menos un 80% de los bosques amazónicos deberían ser conservados (es decir, mantenidos íntegros y funcionales) para garantizar la provisión de los servicios de los ecosistemas y evitar que la Amazonía se convierta en una sabana, la cooperación internacional para parques, reservas y territorios indígenas no será suficiente. El gran desafío es cómo promover un desarrollo sostenible e inclusivo para las poblaciones amazónicas sin destruir los bosques y los ecosistemas acuáticos asociados. La solución, como vamos a ver, está probablemente en poner en valor estos mismos bosques.
La solución la tiene el bosque
Como algunos expertos ya han comenzado a proponer y varios estudios han demostrado, el bosque amazónico puede pagar perfectamente su factura y los costes de su conservación así como financiar el desarrollo de las comunidades amazónicas. La increíble biodiversidad amazónica tiene un potencial enorme para proveer bienes y servicios, que son cada vez más valorados por los mercados globales.
Respecto a los servicios de los ecosistemas, aunque el mercado de bonos de carbono está actualmente en su momento más bajo (como demuestran las denuncias de sobrevaloración de la deforestación evitada en muchos proyectos Redd +), las perspectivas son muy buenas a futuro y los ingresos por venta de bonos de carbono, junto con otros emergentes como los bonos de biodiversidad y de manejo sostenible, pueden ayudar a pagar los costes de la conservación.

Fruto del aguaje (Mauritia flexuosa), una palmera muy abundante en Perú.
Respecto a los bienes, los mercados de productos amazónicos cosechados de bosques en pie están creciendo de forma espectacular. Entre ellos destacan los “súper frutos” de palmeras, con el azaí (Euterpe oleracea) como la estrella del momento, que desde Brasil ha inundado los mercados globales, aunque actualmente la mayor parte de lo exportado proviene de plantaciones, no de poblaciones silvestres. Desde Perú está despegando el fruto del aguaje (Mauritia flexuosa), abundantísimo, con más de seis millones de hectáreas de humedales dominados por esta palmera sólo en este país. Al menos una decena de especies de palmeras tiene frutos con demanda creciente para el mercado cosmético, alimenticio y nutracéutico (suplementos dietéticos), ávido de productos naturales y novedosos. Estos frutos ya están siendo cosechados de forma sostenible en los bosques naturales por un creciente número de comunidades, en alianza con empresas privadas que los conectan con el mercado previa transformación.
Hay otros muchos recursos prometedores que pueden ser extraídos de forma sostenible del bosque en pie, como látex (por ejemplo, el caucho) y resinas (por ejemplo, el copal o incienso amazónico y el aceite de copaíba), así como miel de abejas nativas, que tiene una creciente demanda en el mercado y se vende a excelentes precios. Los abundantes y diversos hongos amazónicos también tienen mucho potencial, tanto para fines alimenticios como nutracéuticos.
Los consumidores tienen la última palabra
En la comunidad Sucusari, desde que se creó la reserva, algunas organizaciones han apoyado bioemprendimientos con familias indígenas con base en recursos del bosque, como elaboración de artesanías con semillas y fibras naturales, manejo de frutos amazónicos, cría de abejas nativas y ecoturismo, con un centro de interpretación de la cultura maijuna. El gobierno también promovió algunos proyectos, pero bastante mal enfocados, como cultivos comerciales y cría de vacuno (cuando, a decir de los mismos amazónicos, allí las vacas no dan leche, sino pena). De hecho, en todos los países amazónicos se han invertido enormes cantidades de recursos públicos para apoyar la destrucción de la Amazonía, financiando carreteras, promoviendo colonizaciones y dando facilidades de todo tipo, incluyendo financieras, a los ganaderos y colonos para talar los bosques. Debido a la pobreza de los suelos y al extremo clima amazónico, la mayor parte de esos proyectos ha sido un total fracaso y la inmensa mayoría de las áreas taladas son abandonadas después de unos pocos años de cultivos poco rentables. Muy poco o nada se ha invertido en ayudar a las comunidades locales a poner en valor sus bosques.
La comunidad Sucusari, tras una asamblea a mediados de noviembre de 2024 en la que desde la organización en la que actualmente trabajo, Amanatari, pudimos exponer los riesgos e impactos de una explotación maderera intensiva, decidió posponer el trato que ya estaban negociando con un maderero. Amanatari está ya apoyando a esta y otras comunidades maijuna en varios bioemprendimientos.

El autor charla con Don Sheba, líder de una comunidad de la etnia Maijuna, a principios de 2025.
Si la imparable fuerza del mercado es la que ha puesto en serio riesgo la Amazonía, por su demanda insaciable de recursos como oro, madera, carne de vacuno, soja, coca y otros commodities, quizás resida en el mercado la última esperanza para salvarla. En manos de los consumidores y sus gobiernos está la decisión de rechazar (como ha hecho la UE a través de su Reglamento contra la Deforestación, aprobado en 2023, aunque no entrará en vigor hasta 2026) productos provenientes de países amazónicos que no certifiquen estar libres de deforestación y optar por consumir productos provenientes de comunidades indígenas que manejan y conservan sus bosques. Las tendencias de los consumidores más informados van en esa dirección y hoy las últimas tecnologías pueden garantizar una trazabilidad confiable.
La Amazonía se está achicharrando mientras la cuenta atrás para el “punto de no retorno” sigue avanzando. Los consumidores deben tomar buena nota de ello. Y rápido.
AUTOR:
José Álvarez Alonso (pepealvarez58@gmail.com), ornitólogo leonés, trabaja en la Amazonía peruana desde hace casi treinta años, promoviendo la conservación de la biodiversidad en colaboración con la población local. Ha sido director general de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente del Perú y actualmente trabaja en una organización de reciente creación, Amanatari, con sede en Lima, que busca ayudar a las comunidades amazónicas a conservar sus bosques y a mejorar sus condiciones de vida.
Nota de Redacción:
Una versión resumida de este artículo puede leerse en el cuaderno 471 de la revista Quercus, correspondiente a mayo de 2025, en la sección "Opinión".