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Turismo ornitológico

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
De un tiempo a esta parte se está oyendo hablar mucho del turismo ornitológico. Término que, por cierto, no debe ser bien entendido por el común de los posibles usuarios, pues empiezan a sonar fórmulas como “turismo aviar” o “aviturismo”, que son todavía más confusas: uno no sabe si va a ver buitres o gallineros.



El caso es que varias comunidades autónomas se han lanzado a promover la observación de aves como reclamo turístico y parece buena idea otorgarle a la fauna este nuevo valor, pues así será más fácil conservarla y, con ella, los lugares donde habita. Hasta la fecha, los pioneros han sido Extremadura, Cataluña, Navarra y Castilla y León. No en vano, en los próximos números de Quercus distribuiremos unas pequeñas guías para practicar el “pajareo” en Navarra y Cataluña, que confiamos sean las primeras de una serie que abarque al resto de las comunidades autónomas con programas específicos en dicho terreno.



Además, el turismo ornitológico goza de muy buenos predicamentos en otros países europeos y cualquiera que ojee las revistas extranjeras verá que están repletas de pequeños anuncios que ofrecen viajes a los lugares más remotos del mundo para disfrutar con la contemplación de las aves. Sin ir más lejos, la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) cerró recientemente un acuerdo con la empresa Spainbirds para organizar pequeñas expediciones ornitológicas dentro de nuestras fronteras, pero también algún viaje de mayor enjundia y muy tentador; como, por ejemplo, uno a los humedales del noreste argentino durante el próximo verano. Para completar el panorama, la Junta de Extremadura ha convocado por tercer año consecutivo su Feria de Turismo Ornitológico en Villarreal de San Carlos, dentro del Parque Nacional de Monfragüe, a imagen y semejanza de la célebre Bird Watching Fair de los ingleses.



Todo esto está muy bien y desde Quercus no sólo lo aplaudimos, sino que estamos dispuestos a promocionar este tipo de actividades como alternativa blanda para el desarrollo de las zonas rurales. Ahora bien, siempre que sea, en efecto, una “alternativa blanda”. Los amantes de las aves, como cualquier naturalista, saben de sobra que el pajareo bien entendido es incompatible con la masificación. La mejor forma de sacar provecho a una jornada de campo es practicar la discreción, el silencio, la paciencia y el respeto por la naturaleza. Ninguno se imagina grandes autocares descargando oleadas de turistas, ni largas colas ante los observatorios para echar un vistazo por turno, como ocurre ahora en los museos y monumentos más transitados. Este tipo de planteamiento choca de frente con el objetivo principal que persigue. El turismo ornitológico es y debe ser algo especial, con sus propias reglas y limitaciones.



Pero, cuando hay dinero de por medio y consenso en que algo es positivo, resulta muy difícil establecer luego esas limitaciones. Lo hemos visto con los parques eólicos, que al albur de la indispensable contribución de las energías renovables a la lucha contra el cambio climático, han terminado por convertirse en una auténtica plaga. Como decía el periodista Miguel Ángel Aguilar, los huevos fritos son muy ricos y nutritivos, pero comerse una docena resulta indigesto.



Con el turismo ornitológico pasa lo mismo. Debe quedar al margen del afán intensificador que caracteriza a casi todas las actividades humanas, porque gestionado de otro modo, quizá más lucrativo, solamente lleva a desvirtuar el propio concepto o, peor aún, a matar la gallina de los huevos de oro.

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