Por Xiomara Cantera
Aún recuerdo el pánico que sentí la primera vez que vi un saltamontes. Uno de esos que se impulsan de tal manera que parece que vuelan, de esos enormes, grises y con mala cara… Es uno de esos bichos que de pequeña metí en el cajón de sastre de las cosas irracionales que te dan miedo. Hoy he tenido que hacer de tripas corazón cuando Mario García París, justo antes de arrancar el coche, se ha quedado congelado, acechando a un saltamontes verde que a primera hora de la mañana reposaba en una valla esperando a que sus miembros terminaran de quitarse de encima la helada mañanera. Mario tiene una manera casi mágica de asir a los animales. Los agarra con firmeza, pero suavemente a la vez, los paraliza sin aplastarlos. Entra en el coche con el bicho entre las manos y lo deposita sobre mi dedo. “Soy una profesional, no voy a montar un número porque me hayan puesto un saltamontes aterrador en el dedo”, pienso. “A ver, en el peor de los casos, ¿qué podría pasarme? ¿Que me muerda? ¿Que se quede pegado al dedo? ¿Que me transmita alguna enfermedad incurable? No, tranquila, seguro que este bicho de apenas ocho centímetros de largo es inofensivo. Mario no te habría puesto en el dedo un animal peligroso... ¿No?”.
AUTORA
Xiomara Cantera Arranz (xcantera@mncn.csic.es) es periodista especializada en medio ambiente. Se licenció en la Universidad Complutense de Madrid y en 2007 comenzó a trabajar en el gabinete de prensa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Desde finales de 2013 es responsable de prensa en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) donde, además de encargarse de las informaciones relativas a las investigaciones que se llevan a cabo en dicha institución, dirige la revista digital de divulgación NaturalMente.
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