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Guerra del agua en Doñana

sábado 29 de abril de 2023, 18:51h

Al final, se ha liado. Justo al cierre de este número de Quercus, los medios de comunicación generalistas echaban humo con la guerra del agua declarada en Doñana. El detonante ha sido la tramitación de un proyecto de ley en el Parlamento Andaluz que, a propuesta del Partido Popular y de Vox, prácticamente indulta a los responsables de los pozos que se han ido perforando de forma ilegal para regar cultivos de fresas y otros frutos rojos. Unos cultivos intensivos que requieren muchísima agua. Pero es curioso cómo se ha abordado la noticia. Por supuesto, el marco elegido fue el de la contienda política, más recrudecida si cabe a un mes de las elecciones municipales y autonómicas. Ese es el verdadero trasfondo, ya que hay muchos votos en juego. Vox, por ejemplo, ha cosechado abundantes apoyos en sectores previamente inflamados, como el taurino y el cinegético. Ahora pretende hacer lo mismo con el agrícola, donde no le van a faltar seguidores desesperados.

Son malos tiempos para la agricultura, sujeta a un modelo cada vez más industrial, costoso y perturbador. Los métodos tradicionales han dejado de ser rentables o requieren enormes extensiones de terreno, como ha quedado históricamente de manifiesto en los latifundios del sur peninsular. Además, es muy exigente en agua. De hecho, más que en suelo, pues hay cultivos hidropónicos que no requieren sustrato, aunque sí un flujo constante de agua por el que circulan nutrientes y antisépticos. Así que la variable del agua es la que más crece en la ecuación. Pero agua es precisamente lo que falta. La demanda aumenta sin parar y la oferta ha menguado debido al cambio climático. Llevamos varios años de sequía y las previsiones no puede decirse que sean demasiado halagüeñas.

Pero en el debate participan otros muchos protagonistas. Ahí están, por ejemplo, las necesidades urbanas de Matalascañas, una gran concentración de segundas residencias justo en la linde del parque nacional. También hay que contar con el turismo, cada vez más exigente en agua debido a lujos antes inconcebibles como las piscinas y los campos de golf. En último extremo, como algo decorativo que conviene cuidar, sí, está el Parque Nacional de Doñana. Un espacio cada vez más aislado de su entorno. Los científicos de la Estación Biológica de Doñana han mediado en la polémica con su anuncio de que muchas lagunas naturales se han secado. Y, sin agua, no hay Doñana que valga.

Como en cualquier otra parte, el 80% de los recursos hídricos se destinan a los cultivos de regadío. Ni la industria, ni el consumo requieren tanto. ¡El 80% es para la agricultura! Pero a los sindicatos agrarios todavía les parece poco. ¿De dónde piensan sacar el agua que reclaman? El mantra al que se aferran es que solamente utilizarían el agua que circula en superficie, nunca la del acuífero. Lo cual no deja de ser una sandez. Un lema que los periodistas poco o nada especializados reproducen encantados. Ese es otro problema: el periodismo se nutre hoy de declaraciones, nadie profundiza en las causas y hay opiniones para todos los gustos. Además, enseguida aparece otro asunto que debe cubrirse, eso sí, superficialmente, como el agua circulante.

Mientras tanto, el Parque Nacional de Doñana, la joya de la corona, agoniza. Ecologistas y científicos no han dejado de pregonarlo desde hace años. Nadie se ha preocupado de frenar la apertura de pozos ilegales, que es el meollo del asunto. Al contrario, ahora se pretende indultarlos. Aquí se indulta a políticos levantiscos, malversadores de fondos públicos, especuladores urbanísticos y evasores fiscales ¿por qué no a los pobres agricultores? Entra dentro de la ilógica imperante. Una ilógica, claro está, que deja fuera a las personas honestas que procuran cumplir con las leyes y normas democráticamente aceptadas. De hecho, los principales perjudicados son precisamente los agricultores que sí tienen los papeles en regla y no roban el agua. Un embrollo que debería haberse cortado de raíz hace mucho tiempo, al igual que en Daimiel y el Mar Menor. A estas alturas, la única esperanza es que intervenga, con todo su peso e influencia, la Unión Europea.

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