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En noviembre de 2022 tuvo lugar la primera expedición científica a la sierra del Imerí

Panorámica de la Sierra del Imerí, ubicada al norte de la cuenca amazónica, en una fotografía tomada por encima del nivel de las nubes.
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Panorámica de la Sierra del Imerí, ubicada al norte de la cuenca amazónica, en una fotografía tomada por encima del nivel de las nubes.

Brasil: viaje a una zona nunca antes visitada por la ciencia

sábado 15 de febrero de 2025, 11:49h
La Sierra del Imerí, al norte del estado brasileño de Amazonas, nunca había sido visitada por los científicos. En noviembre de 2022 una expedición de la Universidad de São Paulo se desplazó a esta remota zona de montaña tropical para buscar especies nuevas y determinar la vulnerabilidad de toda esta biodiversidad al cambio climático.

Texto y fotos: Agustín Camacho

Cinco largos años de preparativos y una pandemia global fueron necesarios para que el Laboratorio de Herpetología de la Universidad de São Paulo ejecutara el más ambicioso de sus proyectos: muestrear la biodiversidad de la Sierra del Imerí.

Esta remota y desconocida zona de montaña tropical es uno de los poquísimos lugares que superan los 2.000 metros de altitud en todo el sector oriental de Latinoamérica.

Situada en el extremo norte de Brasil, dentro del estado de Amazonas, cerca ya de la frontera con Venezuela, la Sierra de Imerí se alza con sus picos erosionados y puntiagudos.

Posiblemente no haya sido subida antes por el hombre (al menos no tenemos constancia de ello), ni siquiera por los pueblos Yanomamis que la rodean, ya que es un terreno escarpado y difícil de recorrer, con pocos recursos naturales aprovechables.

Mientras mis colegas taxonomistas soñaban con descubrir especies únicas en uno de los hábitats más antiguos del planeta, a mí me preocupaba en especial el impacto del calentamiento global en las especies de las montañas tropicales.

Apoyo del ejército
Gracias a la colaboración entre el ejército brasileño y la Universidad de São Paulo, esta expedición científica pudo llevarse a cabo en noviembre de 2022.

El trabajo de campo se desplegó durante doce días desde un campamento instalado en una zona de turbera de la Sierra del Imerí, a 1.900 metros de altitud.

Campamento de la expedición montado en la Sierra del Imerí, donde investigadores y militares convivieron durante doce días.

El equipo, del que tuve el privilegio de formar parte, estaba constituido por catorce científicos y más de veinte militares de apoyo. Entre los integrantes figuraban investigadores de gran prestigio, como el herpetólogo Miguel Rodrigues Trefaut, líder de la expedición, o la botánica Lucia Lohmann, directora de la Association for Tropical Biology and Conservation.

Nuestro objetivo era no sólo estudiar los anfibios y reptiles, sino también los mamíferos, las aves, los protozoos parásitos y la flora de esta sierra perdida.

Condiciones difíciles
La subida de personal y material tuvo que hacerse en helicóptero y tardó varios días, al quedar la expedición temporalmente bloqueada por la lluvia incesante, a pesar de ser la época seca en la región.

El campamento estaba asentado sobre una zona de barro negro y profundo que lo cubría todo, menos la superficie destinada a los sacos de dormir y a las mesas. Hubo que tolerar tormentas eléctricas, lluvias torrenciales y cambios de temperatura diarios que alcanzaron los veinte grados.

Los investigadores en una de las subidas y bajadas diarias de cien metros de desnivel entre raíces y enormes rocas.

Avanzar en este terreno era extremadamente difícil, pues está compuesto por enormes rocas constantemente lavadas por la lluvia y entretejidas por una maraña de raíces resbaladizas.

El enorme desnivel hizo necesarias cuerdas para descender a cotas más bajas y el peligro de caer en grietas escondidas bajo espesas capas de hojarasca era constante.
Los mosquitos no son un problema en estas alturas, pero en la base principal del operativo, situada en Santa Isabel de Rìo Negro, uno de los militares que nos acompañaba contrajo la malaria.

Mientras el ejército se ocupaba de la gestión del campamento y la preparación de caminos, los investigadores nos dedicamos día y noche a buscar especímenes nunca antes vistos por la ciencia. En un trasiego casi continuo, los diferentes especialistas subíamos y bajábamos desde el campamento buscando animales y plantas. Las turberas anegadas de la cima albergaban plantas carnívoras y bromelias gigantes. En el punto más bajo de la expedición, un arroyo de aguas oscuras como la cerveza negra, encontramos huevos de ranitas de cristal pegados a las hojas de los árboles, algunos de los renacuajos más coloridos de los que se tiene constancia y pequeños peces siluriformes, todos sin describir.

Huevos de ranita de cristal con sus renacuajos listos para eclosionar y caer al arroyo que hay debajo.

En el campamento había que preparar los especímenes para llevarlos a un museo. Sólo de esta forma pueden después ser correctamente identificados y descritos como nuevas especies, gracias a una minuciosa observación y comparación con otros especímenes, un proceso que puede llevar años a los especialistas.

En medio de ese trajín de taxonomistas y biogeógrafos, mi labor consiste en medir la tolerancia al calor de anfibios y reptiles y las temperaturas a los que están expuestos estos animales. A veces me preguntan: ¿No te da pena? Contesto que no, ya que mi sistema

Estudios necesarios
El esfuerzo de los investigadores va consolidando una visión de hábitats de selva tropical montana, que en principio parecen tener una diversidad relativamente baja de especies.

Para hacerse una idea, una salida nocturna en Santa Isabel de Río Negro, en la Amazonia baja, generó 45 ejemplares de veinte especies diferentes de anfibios y reptiles. En contraste, necesitamos cinco días de actividad incesante en la montaña para acumular esa cantidad.

Sin embargo, la biodiversidad de las montañas tropicales aparece constituida primariamente por endemismos de estos hábitats montanos. Esto lo corroboran las tres especies nuevas de lagartos y al menos las tres de anfibios encontradas, aún por describir.

En medio de ese trajín de taxonomistas y biogeógrafos, mi labor consiste en medir la tolerancia al calor de anfibios y reptiles y las temperaturas a los que están expuestos estos animales. A veces me preguntan: ¿No te da pena? Contesto que no, ya que mi sistema tan sólo calienta a los especímenes hasta que ellos mismos deciden que no aguantan más calor y terminan voluntariamente el experimento indicando su nivel de tolerancia térmica.

Esta temperatura permite después identificar lugares que son térmicamente deletéreos para los animales, o sea, donde no pueden mantener poblaciones viables porque hace demasiado calor para ellas.

Es muy necesario obtener este tipo de medidas. Con el calentamiento climático las especies –particularmente las que están restringidas a hábitats de altitud– podrían extinguirse incluso en áreas protegidas y poco visitadas, como la Sierra del Imerí.

AUTOR:
Agustín Camacho (agus.camacho@gmail.com), licenciado en Biología por la Universidad de Córdoba, ha sido uno de los investigadores participantes en la expedición científica a la Sierra del Imerí (Brasil).

Más información:
El canal de Youtube de la Universidad de São Paulo ha difundido un documental de unos veinte minutos sobre la reciente expedición a la Sierra del Imerí, con entrevistas a los investigadores y espectaculares imágenes. Accesible en https://youtu.be/rS6oJOQR-vI

Nota: Este artículo apareció publicado en la versión impresa de Quercus 451 (septiembre de 2023).

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