Los que convivimos con gatos lo hacemos con un depredador ancestral adaptado a la caza y al consumo frecuente y exclusivo de carne. Esos instintos se activan en toda su plenitud fuera del entorno familiar, donde los gatos domésticos son una amenaza para la fauna silvestre.
Por Salvador Herrando-Pérez
Las mascotas forman parte de nuestras familias. Su llegada merece recibimientos de Estado y su muerte causa un luto comparable al de perder a un ser querido. Así humanizamos a nuestros gatos y perros, les atribuimos habilidades y emociones humanas para vincularnos con ellos. Pero no dejan de portar los instintos y genes de las especies silvestres de las que descienden. Mis gatos, Caruso, Muesli y Plata, han sido tranquilos y cariñosos, pero siempre les gustó cazar. Cuando una polilla entra por la ventana parecen poseídos: su boca hace muecas y emite chasquidos, saltan de mueble en mueble y su cabeza gira una y otra vez de la posición del insecto a otros puntos de la habitación, calculando el lugar desde donde lanzarse sobre la presa. Por todo eso, cuando se asilvestran, gatos y perros son una especie más en la cadena trófica, donde compiten por los recursos del ecosistema, cazan y son cazados, hibridan y se transmiten enfermedades con otros carnívoros.