Las especies amenazadas tienen la irritante costumbre de ser escasas y poco comunicativas. de ahí las cábalas que hacemos para saber qué les pasa, cuántos ejemplares forman sus poblaciones, por dónde se mueven y cuáles son las amenazas que se ciernen sobre ellas. para censarlas y estudiar sus movimientos contamos con toda una parafernalia de métodos, aparatos y programas estadísticos. Sin embargo, el apartado de identificar las amenazas, crítico para poder adoptar medidas correctoras, es objeto habitual de debate. El conflicto entre tortugas marinas y artes de pesca ofrece un buen ejemplo.
Por Juan Jiménez y otros autores
Auna especie amenazada es habitual que todo le afecte: la alteración del hábitat, la caza, la contaminación, la presencia de especies invasoras, las molestias y los accidentes provocados por la actividad humana o sus infraestructuras asociadas. Una suma de factores que complica la adopción de soluciones, ya que se diría que sólo puede recuperarse eliminando toda intervención humana, directa o indirecta, en el medio donde vive; lo que sería una ilusión más que un programa real de trabajo.
Cuando en los años ochenta empezamos a estudiar lo que pasaba con las tortugas marinas en el Mediterráneo, descubrimos que eran capturadas accidentalmente por los pescadores. Los trabajos pioneros de Juan Antonio Camiñas, del Instituto Español de Oceanografía (1), y Joan Mayol, del Gobierno Balear (2), identificaron claramente el palangre de superficie como el principal arte de pesca en el que caían, estimando entre 16.000 y 20.000 los ejemplares capturados por año en el Mediterráneo español.
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