Es habitual que algunas hierbas esperen estoicamente, en forma de pequeñas plántulas o semillas, su oportunidad para desarrollarse en los espacios que les depara una gran urbe, quizá apenas grietas o resquicios. Un cambio en las condiciones del entorno será suficiente para activar sus mecanismos de supervivencia. Por ejemplo, un repentino aumento de las precipitaciones, el enriquecimiento casual del suelo o, simplemente, el abandono de un espacio que hasta entonces estaba sometido a fuerte presión humana. A partir de ahí arranca una enérgica carrera en la que no sólo ganarán las especies más rápidas, sino también aquellas que puedan poner en práctica sus argucias.
Todo vale, incluso el juego sucio y los engaños: venenos, acumulación extra de agua, hábitos trepadores, capacidad para parasitar a sus contrincantes, sobornos a algún que otro agente externo y camuflajes, por citar algunos de los trucos más conocidos.
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