El Manzanares es un río humilde, de escaso caudal. De ahí que Quevedo lo bautizara como “arroyo aprendiz de río” o que un embajador alemán lo calificara en el siglo XVIII como “el mejor río del mundo”, por ser el único “navegable a caballo”. Pero, como todo río, el Manzanares juega un papel imprescindible para la vida y su curso es un corredor ecológico vital para la conservación de la biodiversidad en su entorno.
En efecto, en la primera mitad del siglo XX, el Manzanares a su paso por Madrid era un río de aguas someras, flanqueado por huertos y vegetación de ribera, que ejercía una importante función ecológica como conector y pasillo verde para la flora y fauna entre espacios naturales de alto interés. Pero en los años cincuenta alguien soñó con transformarlo en un gran río centroeuropeo.
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