El conejo, esencial para el equilibrio de los ecosistemas mediterráneos, vive una paradoja: escasea en los hábitats de monte, donde es la presa principal del lince ibérico y otros muchos depredadores, mientras que se multiplica en áreas agrícolas, donde se le percibe como una plaga. Una doble perspectiva que condiciona la gestión de la especie.
Por Ramón Pérez de Ayala
Hace más de cinco lustros, cuando empezamos a trabajar para salvar al lince ibérico (Lynx pardinus), ya sabíamos algo esencial: sin conejos no hay linces. Esa pequeña especie, paradigma de la fertilidad, era tan común antaño que nadie le prestaba demasiada atención. Su abundancia la convertía en una fuente de proteína esencial en las despensas rurales y también en la pieza clave del monte mediterráneo, la base de la alimentación del amenazado felino y de más de cuarenta especies de depredadores ibéricos.
Pero su declive silencioso estaba desmoronando los ecosistemas mediterráneos. A día de hoy, la situación del conejo de monte (Oryctolagus cuniculus) sigue siendo crítica en muchos territorios ibéricos. Los sucesivos brotes de enfermedades víricas, sumados a los profundos cambios en los usos de suelo, en los hábitats y en el paisaje, han dejado extensas áreas con poblaciones extremadamente mermadas, especialmente en zonas de monte. Allí el conejo ya no cumple su papel ecológico.
De hecho, en la Lista Roja de la UICN, el conejo de monte tiene un mayor grado de amenaza –“En peligro”– que su depredador más icónico, el lince ibérico, que desde 2024 está en la categoría de “Vulnerable”.
AUTOR:
Ramón Pérez de Ayala es responsable de proyectos del Programa de Especies de WWF España.
Dirección de contacto:
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