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Cuando correr en montaña deja de ser un deporte amable

Varios corredores recorren la Cuerda Larga, en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, durante el Gran Trail de Peñalara en su edición de 2014 (foto: Julio Vías).
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Varios corredores recorren la Cuerda Larga, en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, durante el Gran Trail de Peñalara en su edición de 2014 (foto: Julio Vías).
martes 30 de diciembre de 2014, 21:26h
La proliferación de competiciones de carreras en montaña, incluso en espacios protegidos, se ha convertido en un negocio que genera daños al medio natural y conflictos de uso público inasumibles. En un parque nacional tan frágil y acosado como el de la sierra de Guadarrama, el sentido común, el principio de cautela y la ley aconsejan la prohibición de las competiciones deportivas.

Rosa Fernández-Arroyo
Correr es el deporte elegante, simple, natural y minimalista por excelencia, al alcance de casi cualquiera, sin necesidad de instalaciones específicas o de grandes desembolsos económicos. No se pretende criticar en ningún caso el hábito de correr de forma individual y recreativa por las montañas o por cualquier otro lugar. El problema surge porque el auge del running, junto con el boom de las actividades de aventuras, ha dado paso al negocio de las competiciones deportivas en la naturaleza.

El interés de ayuntamientos, federaciones deportivas, clubes de montaña, empresas privadas e incluso organizaciones solidarias por los beneficios económicos derivados de tales eventos ha hecho que estas competiciones, antes limitadas a polideportivos, circuitos urbanos y vías periurbanas, se hayan extendido hacia los espacios naturales y de montaña, incluyendo los de máximo rango de protección legal, como son los parques nacionales.

La consecuencia es que las carreras de montaña se han convertido en una actividad de alta capacidad de penetración, que traslada grandes cantidades de personas a lugares poco frecuentados, poco afectados aún por los impactos ambientales y por tanto más sensibles a nuevas presiones. Con ello algunos espacios protegidos han visto cómo se incrementaba la carga de uso público que ya sufrían. Paralelamente, las competiciones en montaña se han consolidado como algo tan demandado que se intenta presentar como inaceptable tan solo cuestionarlas. Si a esto se le suma que un gran número de áreas protegidas carece de planes de uso público, o que los que existen están obsoletos, el resultado es que estas carreras y eventos deportivos quedan en una especie de limbo normativo. Veamos cómo han sucedido las cosas, por ejemplo, en el caso concreto de la sierra de Guadarrama.
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