Amediados de julio, en un seto del norte ibérico dominado por arbustos espinosos, una pareja de alcaudones dorsirrojos (Lanius collurio) ceba con grandes insectos a cinco pollos recién emplumados ya fuera del nido. A la hora de solicitar y recibir su ración, no detectan un peligro aparente y salen a las ramas más descubiertas chillando y agitando las alas. Pero inesperadamente, como surgida de la nada, una hembra de gavilán común (Accipiter nisus) captura en vuelo bajo a uno de los volantones entre sonidos chirriantes de la presa, hace una breve parada en el suelo y se lo lleva. Mientras tanto, el dúo de adultos se limita a presenciar la escena y a emitir fuertes e inútiles reclamos de alarma desde un majuelo próximo, hasta que la rapaz se aleja con su botín entre las garras.
La captura de aves por sorpresa, desde un posadero escondido o en vuelo bajo siguiendo los bordes de la vegetación leñosa, es la principal técnica de caza del gavilán, una rapaz forestal relativamente pequeña distribuida por gran parte de Eurasia y el extremo norte de África. El avistamiento que acabo de relatar forma parte de mis observaciones sobre la ecología trófica de esta especie en el tramo medio del valle leonés del río Torío, recogidas a lo largo de seis años en unas ochenta hectáreas de prados y setos bordeados por melojar y bosque de ribera.
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