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Vidas ejemplares

lunes 31 de enero de 2022, 11:52h

Triste, pero necesaria, la labor del editorialista cuando se ve obligado a reseñar la pérdida de tantas personas valiosas en un plazo de tiempo muy corto, apenas el tránsito entre los años 2021 y 2022. En cuanto a los compatriotas, en este número de Quercus publicamos sendas semblanzas de Fernando Fueyo (págs. 62-63) y Rafael Araujo (págs. 64-65). Por falta de tiempo y de espacio, tendremos que dejar para el mes siguiente la del botánico extremeño José Luis Pérez Chiscano, que nos abandonó el 5 de enero a los 91 años de edad.

Fernando Fueyo estuvo muy ligado a Quercus desde sus primeros números y aquellos esbozos y apuntes suyos, siempre preferibles a las obras terminadas, dieron un sello inequívoco y de gran calidad artística a esta revista durante su fase de periodicidad trimestral. Pocos dibujantes han sabido captar la esencia de la naturaleza norteña como Fueyo, asturiano de pro, aunque los azares de nuestra historia reciente le llevaran a nacer en el valle de Arán.

Más joven nos ha dejado Rafael Araujo, malacólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y asiduo colaborador de Quercus. Rafa siempre estaba dispuesto a acompañarte por los recovecos de la impresionante colección de conchas que atesora el centro donde trabajaba y fue unos de esos científicos que no se olvidaba de divulgar y de denunciar. Apoyamos públicamente la propuesta de la Sociedad Española de Malacología para que el futuro Centro de cría y recuperación de Margaritifera auricularia lleve su nombre: Dr. Rafael Araujo Armero.

En cuanto a los óbitos del extranjero, forman una tríada de relevancia mundial. Thomas Lovejoy falleció en la Navidad del año pasado a los 80 años de edad. Dedicó más de cinco décadas a revelar las maravillas que encierran las selvas tropicales y fue fundador del Centro de Biodiversidad del Amazonas. Se le atribuye la expresión “diversidad biológica”, que acuñaría en la década de los ochenta.

Otro tanto puede decirse del nonagenario entomólogo Edward O. Wilson, aunque quizá en su caso se trate del término “biodiversidad”. Da lo mismo, ambos tuvieron el talento suficiente para concebirlo, juntos o por separado, y, quizá, la generosidad de compartirlo. Wilson, un reconocidísimo especialista en hormigas, pasará también a la posteridad por inventar el término “biofilia” y por levantar una considerable polvareda con su Sociobiología, donde defiende que los comportamientos humanos están más relacionados con nuestros genes de primate que con la cultura.

El tercer fallecimiento que debemos lamentar dentro de la cultura anglosajona es el de Richard Leakey, segundo de los tres hijos del celebérrimo matrimonio de paleontólogos formado por Louis y Mary Leakey. Tras la estela de sus padres, Richard descubrió uno de los esqueletos más completos de Homo erectus, conocido popularmente como “el niño de Turkana”. Pero también protagonizó una encarnizada lucha contra el tráfico ilegal de colmillos de elefante desde su puesto como director del Servicio de Vida Silvestre de Kenia, su país natal.

No cabe ninguna duda de que hoy nos sentimos algo más huérfanos que hace unos meses, pero lo verdaderamente importante es seguir el ejemplo que nos han dejado estas seis personas a través de sus obras y del innegable compromiso que quisieron adquirir en defensa de la flora y la fauna. Vidas dedicadas a proteger lo que Wilson y Lovejoy coincidieron en denominar biodiversidad, o diversidad biológica, hoy amenazada por una población humana en crecimiento imparable y por unas aspiraciones vitales que el planeta que nos acoge es incapaz de satisfacer.

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