Las pesquerías amazónicas están en franco declive y los grandes peces del gran río y su cuenca han desaparecido de muchos lugares o están en riesgo de hacerlo, sobre todo por la sobreexplotación pesquera, aunque no es el único problema de conservación que les está afectando. Esto trae consigo un doble impacto: económico y ecológico.
Texto y fotos: José Álvarez Alonso
La Amazonía es merecidamente reconocida por su mega biodiversidad. Esto contrasta con la reducida biomasa de vertebrados, en comparación con otros ecosistemas, como la sabana o los bosques africanos. Los insectos sociales (hormigas, termitas, avispas y abejas) suman cerca del 80% de la biomasa animal de la selva amazónica. Si a ellos les sumamos los demás insectos e invertebrados comprendemos por qué no son tan visibles los mamíferos, aves, reptiles y anfibios. Por eso no es de extrañar que los insectos formasen una parte importante de la dieta de muchos grupos indígenas (como los tukano, de Brasil, para los que representaban cerca de una cuarta parte de su ingesta proteica).
Vista aérea de un brazo del río Amazonas, en las cercanías de Iquitos (Perú).
A muchos antiguos exploradores e investigadores extranjeros les llamó la atención esta aparente escasez de vertebrados en las exuberantes selvas amazónicas. Es cierto que los bosques prístinos son muy bulliciosos, especialmente a primeras horas de la mañana, pero muchos de los sonidos son producidos por insectos, anfibios y aves relativamente pequeñas. Algunos visitantes notaron, sin embargo, excepciones en la visibilidad de la fauna: por ejemplo, las agregaciones de tortugas acuáticas que salían a poner sus huevos en las playas en temporada de vaciante de los ríos, las grandes manadas de centenares de pecaríes barbiblancos (Tajassu pecari) o las bandadas de loros congregados en árboles en fructificación, en collpas (lamederos de sales) y en sus áreas de descanso.
La pesca, principal factor de presión para los peces migratorios
Respecto a la fauna acuática, llamaron mucho la atención a los visitantes del pasado las enormes masas de peces migratorios que, en ciertas épocas del año, siguiendo el llamado “pulso del agua” de crecientes y vaciantes, surcaban los ríos amazónicos para felicidad de los indígenas que, por unas semanas, podían disfrutar de una abundancia inusitada. Estas migraciones estacionales, llamadas piracema en Brasil, mijano en Perú, subienda y bajanza en Colombia, y arribazón en la Orinoquía de Colombia y Venezuela, son protagonizadas por diferentes grupos de peces para cumplir su ciclo vital. Dos son los principales motivos: la reproducción y la dispersión de los juveniles.
Algunas especies se reproducen en las cabeceras de los grandes ríos, como los grandes bagres o “bagres goliath”, siendo sus larvas arrastradas luego hasta la desembocadura del Amazonas, donde crecen hasta llegar a juveniles y de nuevo emigran de vuelta miles de kilómetros hasta las cabeceras para repetir el ciclo. Por ejemplo, Brachyplatystoma rousseauxii, llamado dorado en Perú y dourada en Brasil, realiza una migración doble de unos 12.000 kilómetros desde las zonas de reproducción en el piedemonte andino de Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia hasta sus zonas de engorde en el estuario del Amazonas en Brasil.
El saltón (Brachyplatystoma filamentosum) es uno de los bagres o peces gato más grandes de la Amazonía, llegando a pesar más de cien kilos.
Otros, como las especies de la familia Characidae, descienden durante la creciente de los ríos secundarios con nacientes en el llano amazónico, generalmente de aguas más pobres, o salen de los lagos fluviales y pantanos para depositar sus huevos en la confluencia con los ríos de “aguas blancas” más ricas en nutrientes. Sus larvas se desarrollarán en los bosques inundados hasta llegar a juveniles y retornarán a los ríos secundarios y lagos durante la época de vaciante. Más del 80% de las 3.000 especies de peces amazónicos son migratorios en el ámbito de sus ríos (potamodromos).
Estas concentraciones en movimiento constituyen precisamente el talón de Aquiles de dichos peces migratorios, porque ahí son mucho más vulnerables a la presión de pesca. Los indígenas, que en el pasado los pescaban con flechas, anzuelos rústicos y pequeñas redes, no provocaron gran impacto en las pesquerías. Pero con el crecimiento de la población humana y la demanda de pescado desde las ciudades, sumados al uso indiscriminado de grandes redes no selectivas y de tóxicos y explosivos para la pesca, las comunidades de peces han sido sometidas a una presión insostenible.
Las especies más grandes son las más codiciadas
Actualmente las pesquerías de todos los países amazónicos están en un franco declive, como demuestran diversos estudios científicos, que se atreven a hablar de un posible colapso de las especies más grandes. Especialmente amenazados están los peces migratorios, cuyas poblaciones se han reducido drásticamente e incluso han sido erradicadas en muchos lugares. Aproximadamente el 93% de las capturas son especies migratorias, sobre todo las de mayor tamaño. Los grandes bagres han sido perseguidos tanto en su zona de engorde, en el delta del Amazonas, donde se llegaron a pescar varias decenas de miles de toneladas al año, principalmente juveniles de la piramutaba o manitoa (Brachyplatystoma vaillantii), como en su ruta de migración aguas arriba. Particularmente intensa es la presión pesquera en las llamadas cachoeiras o cashueras, torrenteras y cataratas en las cuencas altas de los ríos, donde son capturados con mayor facilidad en su migración hacia las zonas de desove.
Del mismo modo, los peces de la familia Characidae, y especialmente la gamitana (Colossoma macropomum), llamada tambaqui en Brasil, un tipo de piraña frugívora que puede llegar a pesar treinta kilos, son especialmente vulnerables cuando se congregan para reproducirse en la desembocadura de ciertos ríos, caños y quebradas. Sin embargo, el pez con escamas más grande de Suramérica, el Arapaima gigas (llamado paiche en Perú, y pirarucú en Brasil), aunque no muestra ese comportamiento migratorio de los grupos citados, ha sido sobreexplotado hasta niveles críticos. En este caso su punto débil es otro aspecto de su biología: cada quince o veinte minutos tiene que salir a tomar aire a la superficie de los lagos donde habita, lo que facilita su detección por los pescadores.
Según los expertos, además de la sobrepesca, han contribuido al declive de las pesquerías la deforestación, la contaminación de los ríos (tanto de origen urbano como la que provocan la minería, la agricultura industrial y el cultivo y procesamiento de coca), la construcción de presas y el cambio climático, que ha alterado en años recientes los regímenes de crecientes y vaciantes que marcan los ciclos vitales de los peces.
Las gamitanas y el 'efecto Allee'
En mis viajes por la Amazonía peruana, hace unas tres décadas, todavía tuve la oportunidad de ser testigo de algunas de estas migraciones o mijanos, aunque ya eran, a decir de los indígenas, un pálido reflejo de lo que habían sido en el pasado. Recuerdo cuando una vez a principios de los años noventa, surcando el río Tigre, cerca de la frontera entre Perú y Ecuador, con mi pequeño bote con motor fuera borda, me topé con un mijano de un tipo de piraña frugívora que en Perú llaman palometa (Mylossoma duriventre). La turbulencia creada por la hélice alteró a los peces, que comenzaron a saltar como locos, algunos de ellos dentro del bote. Uno, de casi un kilo de peso, me llegó a golpear en la cara, cerca de un ojo, y me causó una pequeña herida (conservo una foto de este incidente con el pez en mi mano, que luego disfruté asado con mi acompañante indígena). Felizmente el hocico de esta especie es muy romo y no llegó a dañarme el ojo.
Un guarda voluntario con dos gamitanas (Colossoma macropomum) en el lago El Dorado, en la Reserva Nacional Pacaya – Samiria. Esta reserva es el último refugio en Perú de esta especie cuyas poblaciones han colapsado por la pesca comercial.
Según algunos expertos, las gamitanas y otras especies mayores de la familia Characidae podrían estar sufriendo lo que se llama el “efecto Allee”, debido al cual el reclutamiento de nuevos individuos cae estrepitosamente y la tasa de crecimiento se vuelve negativa si se traspasa cierto umbral poblacional, llamado “umbral Allee”. Esto ocurre porque su éxito reproductivo depende en gran medida del tamaño y densidad de la población. En el caso de estos peces, si el número de peces congregados en las áreas de reproducción es pequeño, la masa de huevos liberados y de larvas eclosionadas es fácilmente diezmada por los depredadores. Algo así ocurrió, según los expertos, con la paloma pasajera de Norteamérica (Ectopistes migratorius), una de las aves más abundantes del mundo, con una población estimada de entre tres y cinco mil millones de ejemplares. En pocas décadas, debido a la caza intensiva, la recolección masiva de huevos y pollos y la talal de bosques, su población se redujo a un punto en que no pudieron soportar la depredación en sus conspicuas colonias y se extinguieron.
Los peces migratorios como la gamitana, que desovan masivamente en la columna de agua y no protegen a sus huevos (como hacen por ejemplo, las especies de la familia Cichlidae, entre otras), son por ello particularmente vulnerables ante una alta presión de pesca que reduzca sus poblaciones por debajo del punto crítico o umbral, aunque todavía los científicos no se han puesto de acuerdo hasta ahora sobre cuál sería para los peces amazónicos.
El importante papel ecológico de los peces
La drástica disminución de las poblaciones de peces en la Amazonía tiene dos impactos principales, uno económico y otro ecológico. El pescado representaba, y todavía representa, una parte importantísima de la dieta de las poblaciones amazónicas. La creciente escasez de este alimento es una de las causas de las graves tasas de desnutrición crónica y de anemia que afecta a más del 50% de los niños indígenas, limitando enormemente su potencial de desarrollo.
Pescadores en una playa del río Amazonas cerca de la ciudad peruana de Iquitos.
El impacto ecológico tiene que ver con el importante rol que cumplen muchos peces como “ingenieros ecológicos” de su entorno, pues actúan como controladores de la vegetación acuática, dispersores de semillas de los bosques inundables, depredadores y especies presa. Recientemente se ha comprobado el papel para transferir nutrientes que realizan los peces migratorios entre los ecosistemas ricos de “aguas blancas” de los ríos con nacientes en los Andes, y los ecosistemas pobres de “aguas negras” de los ríos con nacientes en el llano amazónico. Este servicio, poco conocido en Amazonía, es análogo al de los salmones en ríos del Hemisferio Norte, donde se ha calculado que cerca del 50% del nitrógeno de los bosques de coníferas en ciertas cuencas de Estados Unidos y Canadá proviene de los salmones. Los expertos también alertan sobre el posible “efecto cascada” en las redes tróficas, que ocurre cuando son eliminados los depredadores apicales, como los bagres y el paiche.
Por otro lado, la escasez creciente de pescado está provocando enfrentamientos y conflictos entre pescadores comerciales y comunidades locales a lo largo de toda la Amazonía, que a veces llegan a actos violentos. Fue el caso del asesinato del experto indígena brasileño Bruno Pereira y el periodista británico Dom Phillips en la frontera de Perú con Brasil, ocurrido a mediados de 2022. Yo mismo estuve involucrado en un caso en cierto modo similar, en mis años en el alto Tigre, en Perú, cuando unos pescadores comerciales particularmente agresivos asesinaron a un policía y golpearon a los indígenas en un operativo en defensa de sus lagos, en el que estuve a punto de participar.
Arreglos comunitarios para gestionar la pesca
Los recursos pesqueros, como otros muchos de acceso libre, son susceptibles de sufrir el uso abusivo y el agotamiento. Es lo que los expertos llaman “la tragedia de los bienes comunes”: la gente trata de aprovechar un recurso escaso antes de que lo hagan los otros. Como demostró Elinor Ostrom – Premio Nobel de Economía en 2009 por sus múltiples estudios sobre el uso de los “bienes comunes” – las formas más eficientes y sostenibles de gestionar esos recursos escasos suelen ser los arreglos comunitarios; esto es, grupos locales organizados que establecen sus propias reglas de acceso, especialmente cuando adquieren legitimidad y son reconocidos y apoyados por el Estado. Ejemplos de esto son las diversas formas de uso de bienes comunales en España, como la tradicional “vecera”, cuando los vecinos se organizaban para regular y cuidar al ganado autorizado a entrar en los pastos.
He tenido la oportunidad de trabajar en varias cuencas de la Amazonía peruana con diversas comunidades con un enfoque de “manejo adaptativo” del recurso pesquero, combinando el conocimiento tradicional con el científico, y los resultados han sido muy prometedores. En pocos años las comunidades reconocían un incremento en las capturas de peces y, por lo tanto, una mejora en su alimentación. El mayor obstáculo para la innovación en la gestión pesquera, como suele ocurrir en muchos países, suele estar en los burócratas que protegen sus pequeñas parcelas de poder y con frecuencia intereses comerciales, desconfían de la capacidad de los indígenas para gestionar los recursos de sus territorios y siguen creyendo (o quieren creer) que la buena gestión se hace desde un escritorio diseñando planes y normas y firmando algunos papeles. Un auténtico alarde de lo que un antropólogo que estudió muchos años la realidad amazónica denominó “etnocentrismo cientifista”, actitud que sigue causando estragos en la Amazonía.
Una anciana yagua cocina pequeños peces y plátanos en su tuchpa (cocina tradicional), a orillas del río Orosa, en la Amazonía peruana.
En la Amazonía, sobre todo la brasileña, han sido particularmente exitosos los llamados “acuerdos de pesca”, en los que los diversos usuarios del recurso en un lago o sección de río determinado negocian límites y reglas para evitar la sobreexplotación de los peces. También se ha explorado con bastante éxito distintas modalidades de “comanejo” o gestión compartida, especialmente en áreas protegidas, donde las poblaciones locales acuerdan con el Estado cuotas, artes de pesca, vedas y otras medidas para asegurar la sostenibilidad de la pesca. Las pesquerías transfronterizas, y especialmente de las especies de grandes bagres migradores, requieren acuerdos entre estados que todavía no se han negociado, aunque ya ha habido algunos intentos de conversar al respecto entre los países involucrados. Una de las tantas tareas pendientes para ayudar a salvar a nuestra amenazada Amazonía.
AUTOR:
José Álvarez Alonso (pepealvarez58@gmail.com), ornitólogo leonés, ha trabajado en la Amazonía peruana durante casi treinta años, promoviendo la conservación de la biodiversidad en colaboración con las comunidades locales. En la última década ha sido director general de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente del Perú.