Salvar al urogallo cantábrico requiere un cambio de paradigma que destierre algunos mitos en los que han estado basados los proyectos y las medidas puestos en marcha para evitar, sin éxito, la caída hacia la extinción de esta subespecie. Retomar el camino del conocimiento científico como base para actuar es ahora vital.
Por Manuel A. González y Beatriz Blanco-Fontao
El año 2000 comenzó con la triste noticia de la extinción del bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica) tras la muerte en el Parque Nacional de Ordesa (Huesca) de la última hembra, aplastada por un árbol que se derrumbó. Fue la primera extinción registrada del siglo XXI y era difícil comprender cómo pudo desaparecer una subespecie de vertebrado en Europa tras casi un siglo de protección legal. Puede resultar pesimista, poco acertado o incluso contraproducente comenzar un artículo sobre el urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus) con el triste recuerdo del bucardo. Pero es que esta otra subespecie emblemática, lejos de salir del riesgo de extinción, parece que -salvando las distancias- ha tomado el mismo camino.
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