Observar un meloncillo es una de las sorpresas más agradables que puede depararnos la naturaleza. Nuestro territorio es el único de Europa en donde vive esta mangosta y su biología está llena de singularidades. Por ejemplo, a diferencia de la mayoría de los carnívoros ibéricos, sus hábitos son plenamente diurnos. Además, las crías siguen en fila a la hembra y forman una divertida cadena viva que ha inspirado leyendas bien asentadas, como la de la célebre serpiente peluda que habita en Doñana.
Pero ahora resulta que, lejos de verlo como un regalo, ciertos sectores cinegéticos y ganaderos han cogido una manía feroz al meloncillo. El último episodio lo ha protagonizado la Asociación de Productores de Caza (Aproca), integrada por propietarios de fincas cinegéticas, que ha propuesto declarar al meloncillo especie exótica e invasora, según denuncia Ecologistas en Acción. Aproca argumenta que, al igual que la gineta, el meloncillo fue introducido desde África en tiempos de la dominación árabe para combatir a roedores y ofidios. Pero es un asunto discutido y, de hecho, no hay ningún estudio serio que avale su carácter alóctono. La razón de fondo es buscar un resquicio para eludir el régimen general de protección del que gozan todas las especies que no hayan sido declaradas previamente cinegéticas, lo que abriría la posibilidad de cazar al meloncillo de forma legal. La excusa sería frenar una invasión biológica que ya daña a la fauna cinegética. En esta disparatada ofensiva se le ha llegado a acusar de ser un peligroso depredador del ganado, capaz de atacar a un ternero, cuando difícilmente puede atreverse con una presa mayor que un gazapillo. Como suele ocurrir en estos casos, para reforzar la fobia contra una especie, se ha difundido la peregrina noticia de que hay entidades interesadas en liberar meloncillos, maniobra tras la cual estarían siniestros comandos ecologistas. Más o menos, como aquellos topillos que el difunto Icona se dedicaba a sembrar desde avionetas para fastidiar a los agricultores. El mismo y maniqueo argumento. Difunde, que algo queda. Sobre todo si es una tontería.
Pero, por raro que parezca, la presión ejercida por cazadores y ganaderos ha empezado a obtener sus primeros frutos. Como nos recuerda Ecologistas en Acción, “en Extremadura los cazadores han conseguido que se permita disparar a los meloncillos con la excusa, entre otras, de que atacan a los reclamos de perdiz y en el propio Parque Nacional de Monfragüe se están matando meloncillos, al amparo de una autorización excepcional y a todas luces irregular.”
El caso del meloncillo es un capítulo más de la ceremonia de confusión que se orquesta contra nuestra fauna silvestre en cuanto entra en conflicto con los intereses de algún colectivo. Cormoranes, abejarucos, calamones –¡y qué decir de osos y lobos!– son blancos propicios para justificar viejos problemas de la caza, la pesca, la agricultura y la ganadería, mientras que se soslayan otros factores relevantes y una realidad mucho más compleja. Como decía Carlos M. Herrera en estas mismas páginas, no hay problema complicado que tenga una solución sencilla. Las cabezas de turco, en este caso la del meloncillo, son la solución más fácil e ineficaz a un problema plagado de aristas.
Cuando se plantea una persecución tan feroz, detrás suele haber una pésima gestión de los recursos naturales y un afán por colgarle el muerto al primer sospechoso que pase por allí. Sobre todo en años plagados de citas electorales.
El ruido que organizan algunos colectivos, sin avales que lo respalden, no debería servir de excusa para debilitar el blindaje legal de aquellas especies que tantos años y esfuerzos costó proteger.