El Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático, más conocido por sus siglas en inglés como IPCC, acaba de aprobar la segundaparte de su informe de evaluación, que aborda los impactos del calentamiento global y valora nuestra vulnerabilidad y capacidad de adaptación. Es el sexto informe que emite desde su creación en 1988 y la contundencia de las conclusiones no deja lugar a dudas: no estamos haciendo lo suficiente para detener el proceso, ni tampoco para tratar de adaptarnos, ni mucho menos para diseñar estrategias que ayuden a paliar sus consecuencias. En palabras del español José Manuel Moreno, uno de los miembros del equipo de autores del informe del IPCC: “La senda actual de calentamiento nos lleva por encima de lo acordado en París en 2015. Por eso es imperioso detenerla y adoptar medidas para minimizar sus impactos.”
Los autores del nuevo informe del IPCC, considerado como la advertencia más dura publicada hasta la fecha sobre los efectos catastróficos del cambio climático, tanto en la sociedad como el entorno natural, piden a los líderes mundiales que cumplan las promesas que hicieron en relación al clima y presten atención a las señales de alarma, cada vez más numerosas. Las aves nos ofrecen un buen indicador de hasta qué punto es inquietante la situación actual. La Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) lleva quince años recopilando datos fenológicos dentro de su programa Aves y Clima para detectar variaciones en el comportamiento que puedan acharase al aumento global de las temperaturas. Así ha podido detectar, por ejemplo, que el tiempo anticiclónico que ha prevalecido durante el pasado invierno ha hecho que se adelantara la temporada de cría de no pocas especies de aves. Un desfase reproductivo que puede alterar el desarrollo posterior de las crías. Tendremos que estar atentos a los fenómenos meteorológicos drásticos, habituales en primavera pero que este año pueden hacer fracasar muchas puestas.
Tanto el Informe del IPCC como las previsiones de SEO/BirdLife nos han hecho reparar en la candente actualidad de dos artículos reunidos en este número de Quercus. Para empezar, las nidificaciones en pleno invierno de tres especies de aves que crían en El Alamillo, un parque periurbano de Sevilla: zampullín chico, abubilla y herrerillo común (págs. 12-16). Como destacan sus autores, estas aves son como el canario de la mina, pues nos avisan del problema antes de que sea demasiado grave. No es un buen síntoma que las aves cambien drásticamente su calendario de cría y se arriesguen a un fracaso reproductor. También debe servirnos de advertencia el artículo siguiente, dedicado a un síndrome paralizante que afecta a aves costeras y marinas, sobre todo a las gaviotas patiamarillas, sombrías y reidoras (págs. 18-25). Conviene tener en cuenta que varias de las posibles causas que se barajan pueden agravarse con el calentamiento global, como la aparición de virus emergentes, el déficit de Vitamina B1, una mayor incidencia del botulismo o la proliferación de microalgas tóxicas.
Ya lo dijo en su día Salvador Herrando en la sección Cambio Global, que este mes dedica al efecto pernicioso de los plaguicidas sobre las abejas solitarias y otros insectos polinizadores (págs. 54-56): no es precisamente información lo que falta para hacer frente al cambio climático, sino coraje y determinación política para poner en marcha las medidas adecuadas. Parece que se olvida y por eso volvemos a repetirlo: todo lo que se ha hecho hasta ahora e incluso lo propuesto pero aún pendiente de cumplir, no logrará revertir el proceso, algo que requeriría décadas y un empeño mucho mayor, sino solamente mantenerlo bajo control antes de que vaya a más.