La ONU ha establecido el 22 de mayo como Día Internacional de la Diversidad Biológica. Este año, en concreto, bajo el lema de “armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible”. Todo muy bonito. Pero ese día pasará, habrá otro similar el año que viene y la realidad, siempre tozuda, seguirá apuntando en dirección contraria. Nadie puede negar sus buenas intenciones, que las tiene, pero hay un punto irritante en estas manifestaciones vacías de contenido o, peor aún, con fundadas sospechas de apaciguar conciencias. La verdad es que casi todos los días del año están dedicados a alguna causa justa, de manera que su relevancia se diluye. El lugar de sensibilizar a la sociedad, se convierten en un día más del calendario, en un santoral laico.
Vayamos a los hechos. El lobo volverá a cazarse al norte del Duero y de ahí que Asturias y Cantabria ya hayan anunciado nuevos cupos de captura (pág. 38). Cualquiera que entienda un poco del asunto sabe que es una medida absolutamente inútil, que no resolverá el conflicto con los ganaderos. Pero hay que sofocar discursos, reconducir votos y ofrecer un número determinado de víctimas como chivos expiatorios.
Otro hecho. Las lluvias de esta primavera han dado un respiro al Parque Nacional de Doñana, que ya no es lo que era y cuyas aguas se destinan a satisfacer otras demandas. Una vez más se ignora el criterio de la ciencia, que ve en esta mejora un espejismo puntual mientras no se resuelvan sus problemas estructurales. La situación era muy diferente hace apenas cien años, como se deduce de la evolución de sus poblaciones de anátidas (págs. 26-32).
Un tercer hecho. Como los anteriores, tomado de la actualidad. El Diario Oficial de Galicia publicó el pasado 14 de marzo una Declaración de Impacto Ambiental favorable para el proyecto de la multinacional portuguesa Altri de construir una gigantesca fábrica de celulosa en Palas de Rei (Lugo). Los efectos se canalizarán por el río Ulla hasta la ría de Arousa, la mayor de Galicia y una de las más productivas. Hacía años que no se apreciaba una oposición tan numerosa y argumentada a ningún proyecto, pero ahí lo tenemos, a punto de convertirse en realidad. El atentado, como señala Greenpeace, la ONG que más se ha implicado en este asunto, no es ya sólo ambiental, sino también social, pues afecta a todos los pobladores de la cuenca del Ulla y al marisqueo y la pesca que tanta relevancia tienen en su tramo final. Pocos días después, más de 50.000 personas y los tripulantes de 600 embarcaciones se manifestaron en A Pobra do Caramiñal para demostrar, una vez más, su oposición a esta faraónica planta industrial que Altri, en el colmo de la desfachatez, intenta pintar de verde.
Otra perla, la última, que también tiene su reflejo en este número de Quercus. La Comisión Europea ha decidido interrumpir la moratoria que pesaba sobre la caza de la tórtola común (págs. 34-35). Los cazadores de España, Francia, Portugal e Italia se habían encargado de que sus poblaciones sufrieran un descenso muy alarmante. Tanto o más como el que registra por la misma causa la codorniz. Ha bastado un mínimo repunte de la tórtola, que demuestra lo acertado de la moratoria, para dar al traste con todo lo avanzado.
No somos ingenuos. Sabemos en qué mundo vivimos y en Quercus no dejamos de aportar argumentos y herramientas para hacerlo un poquito mejor. Pero que no nos hablen de “armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible”. Dadas las circunstancias, suena a hipocresía.