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Restaurar espacios protegidos

lunes 01 de diciembre de 2025, 11:39h

La consejera de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia, Ángeles Vázquez, anunció el pasado 15 de noviembre la inminente creación de una gran senda litoral que permitirá recorrer toda la costa gallega, desde Ribadeo hasta A Guarda, a lo largo de un itinerario peatonal de 1.332 kilómetros. Así dicho, no parece mala idea. Es una forma de turismo relativamente blando que atrae dinero a zonas poco pobladas y desfavorecidas. De un tiempo a esta parte, en Galicia se ha promocionado mucho el senderismo, al abrigo de la experiencia ganada con el Camino de Santiago, la Ruta de los Faros y otros recorridos de viejo o nuevo cuño. Por ejemplo, en Santiago convergen varios caminos que antes fueron de peregrinación y ahora son mayoritariamente deportivos. En muchas localidades de la Galicia rural, tanto costeras como interiores, se han acostumbrado a ver que llegan avalanchas de forasteros a pie, cuando antes los pocos que pasaban por allí lo hacían en coche. Un ejercicio saludable y una fuente imprevista de ingresos, al margen de la trascendencia que cada cual considere que debe otorgar al peregrinaje.

Pero lo llamativo de las declaraciones de Ángeles Vázquez a La Voz de Galicia cuando anunció la nueva senda litoral es una rotunda y alarmante afirmación que, entendemos, se hizo en tono positivo, para afianzar aún más la conveniencia de esta iniciativa. La traducción del gallego es nuestra: la Xunta prevé adquirir en 2026, con vistas al Año Jacobeo de 2027, “aquellos espacios de máxima protección ambiental para poder restaurarlos.” ¿En qué consiste “restaurar” unos espacios que ya gozan de la “máxima protección ambiental”? El lenguaje de los políticos es calculadamente ambiguo y suele dar pie a inevitables interpretaciones. Con ese propósito en la cabeza de la consejera, no auguramos nada bueno. En otros muchos rincones de nuestro país, quienes nos administran se aferran a la coletilla de “poner en valor” algo que evidentemente antes estaba desperdiciado y que, con frecuencia, tiende a generar después graves alteraciones al lugar en cuestión. Poner en valor, es decir, rentabilizar algo, o restaurar espacios protegidos, siempre huele a chamusquina, a argumento falaz. Lo que se va a hacer allí es montar un negocio, lo cual no tendría nada de malo si se cumplieran las correspondientes prevenciones. Pero el asunto deja de mostrar su cara amable cuando se arriesga el patrimonio natural y cultural de la zona a explotar, cuando las leyes de conservación, en ambos sectores, se convierten en una traba para ejecutar proyectos con mero afán recaudatorio.

Hace unas cuantas décadas muy pocos auténticos peregrinos se esforzaban en alcanzar Santiago por el llamado Camino Francés, el más utilizado desde hace siglos, el que une Compostela con los puertos del Pirineo y cruza el tercio norte peninsular. Menos aún seguían el Camino de la Costa o el Portugués. De hecho, ninguno de estos senderos estaba bien señalizado y era relativamente fácil perderse. Ahora hay flechitas amarillas señalando la ruta casi en cualquier lugar. Todos los caminos conducen a Santiago, como a Roma y quizá a Jerusalén, los tres centros de peregrinación de la tradición cristiana. Hoy, con el incremento de la población y el desarrollo económico, son millares quienes se calzan las botas y se echan al camino con una mochila en la espalda. Es en ese nuevo entorno, de entusiasmo turístico y deportivo, donde se inscribe el deseo de Ángeles Vázquez de abrir nuevas sendas al visitante, aunque para ello sea necesario restaurar espacios que cuentan con la máxima protección ambiental.

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