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Un primitivo reptil endémico de Nueva Zelanda

Tuátara: el fantasma de Gondwana

Aunque su aspecto sea muy semejante al de una iguana o un agama, el tuátara no es un verdadero lagarto, sino la única especie viva de un orden de reptiles ya extinguidos: los rincosaurios o esfenodontes.
Aunque su aspecto sea muy semejante al de una iguana o un agama, el tuátara no es un verdadero lagarto, sino la única especie viva de un orden de reptiles ya extinguidos: los rincosaurios o esfenodontes.

Texto y fotos: Arturo Valledor de Lozoya

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
El tuátara es la única especie del género Sphenodon, a su vez único género de la familia Sphenodontidae, solitaria también dentro del orden Sphenodontia. Esta peculiar clasificación taxonómica da idea de la rareza del tuátara como reptil. A ello hay que sumar que solamente habita en unos cuantos islotes de la remota Nueva Zelanda.
Hace 85 millones de años, la masa de tierra que daría origen a Nueva Zelanda empezó a separarse del gran continente austral llamado Gondwana. Unos 30 millones de años después, su distancia a Australia, la tierra más cercana, era de 2.000 kilómetros. De ese modo se abrió una cápsula del tiempo para los animales y las plantas que allí vivían, los cuales, al quedar aislados, evolucionaron hacia formas insulares exclusivas. A medida que esa masa de tierra derivaba, se vio además sometida a intensos cambios geológicos: puentes de tierra que más tarde desaparecieron, plegamientos que originaron altas montañas, variaciones en el nivel del mar, erupciones volcánicas. Tales cambios remodelaron Nueva Zelanda hasta convertirla en lo que actualmente es: dos grandes islas de 900 kilómetros de longitud cada una, la Norte y la Sur; otra isla más pequeña y meridional llamada Stewart y una multitud de islotes. La presencia de ciertos géneros de árboles que también existen en Australia, África y Sudamérica, caso de los kauris (Agathis), los podocarpos (Podocarpus) y las hayas australes (Nothofagus), se explica como un vestigio de aquel supercontinente del que Nueva Zelanda formó una vez parte.

Por entonces los mamíferos ya habían aparecido, pero ni siquiera los primitivos marsupiales ocupaban aquella parte del mundo. De hecho, los únicos mamíferos nativos de Nueva Zelanda son dos especies de murciélagos, que obviamente llegaron volando, y otras dos de otáridos, que lo hicieron a nado. Al no haber mamíferos terrestres, las aves ocuparon los nichos ecológicos vacantes. Unas se transformaron en grandes pacedoras de hierba sin capacidad de volar: gansos y rascones gigantes de 18 kilos y nueve especies de moas cuyo peso oscilaba entre los 15 y los 240 kilos. Otras se hicieron insectívoras y asimismo ápteras, como los kiwis. Finalmente, algunas se convirtieron en poderosos predadores alados, como el águila de Haast, de 16 kilos de peso y 3 metros de envergadura.

Pero, de repente, todo cambió. La bestia de dos patas y su séquito de mamíferos depredadores y competidores llegó a Nueva Zelanda. Primero fueron los maoríes, que se establecieron allí entre los años 950 y 1130, llevando consigo perros, cerdos y ratas polinesias o kiores (Rattus exulans). Luego el hombre blanco, que deforestó grandes extensiones de tierra (la cubierta vegetal original estaba integrada por helechos arborescentes, primitivas coníferas y hayas australes) e importó cabras, ovejas, vacas, ciervos, conejos, perros, zorros, gatos, ratas negras y pardas, armiños, hurones, comadrejas, erizos y oposumes. De este modo la humanidad casi destruyó en pocas décadas lo que la evolución había construido en milenios.

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