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Ocho especies del Índico, el mar Rojo y el Pacífico occidental

Mitos y realidades de las almejas gigantes

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Todos retenemos en la memoria alguna viñeta infantil que ilustra el peligro que corre un buzo al acercarse a las valvas amenazadoramente abiertas de una almeja
gigante. Una escena tanto más exótica al tratarse de moluscos que habitan en
aguas tropicales. Mitos aparte, la realidad es que son estos pacíficos
filtradores de plancton los que se encuentran amenazados por la
destrucción de los arrecifes coralinos y por la pesca que se hace de
ellos, tanto por su carne como por sus espectaculares conchas.
Más conocidas como tridacnas por los malacólogos, las primeras noticias que llegaron a Europa sobre las almejas gigantes, habitantes de los mares tropicales, fueron recogidas por el naturalista y patricio romano Plinio el Viejo, quien en su Historiae Naturalis se refirió a la especie Tridacna maxima –bastante más pequeña que Tridacna gigas, la verdadera almeja gigante– en los siguientes términos: “A decir de quienes hablaron sobre los viajes y las cosas de Alejandro Magno, hay en el Índico unas ostras muy grandes a las cuales llaman tridacnas, que es un nombre que da a entender que se necesitan tres bocados para comerlas.” Proveniente del griego tris (tres) y dakno (morder), la palabra “tridacna” también podría aludir a las tres prolongaciones de los bordes de las valvas de estas almejas, que encajan en otros tantos senos de la valva opuesta como si se tratara de un cepo de triple mordisco.

Las primeras conchas de almejas gigantes que fueron llevadas a Europa en los siglos XVI y XVII causaron sensación. Los monstruos y portentos de la naturaleza despertaban mucho interés en aquella época y esas enormes conchas solían acabar en los Kunstkammern o gabinetes de maravillas, museos privados de coleccionismo señorial en los que cada objeto representaba una clave para el conocimiento del mundo, todavía misterioso y poco explorado. Sir John Evelyn, el famoso diarista inglés y uno de los fundadores de la Royal Society, vio un par de ellas en París en 1649 y su propietario le dijo que las había comprado en Ámsterdam por doscientas coronas y que eran tan caras a causa de las grandes dificultades que entrañaba cogerlas y transportarlas desde las Indias Orientales, lugar de donde procedían. Los embajadores de la república de Venecia ofrecieron otro par de valvas, como regalo de extraordinaria rareza, a Francisco I de Francia, que mandó instalarlas como pilas de agua bendita en la iglesia de Saint Sulpice de París. De ahí que las almejas gigantes sean llamadas en francés bénitiers, es decir, “bendecidores”. En 1745, durante el reinado de Luis XIV, las conchas de Saint Sulpice fueron dotadas por el escultor Pigalle de unos soportes asimétricos que recuerdan a los adornos de la Fontana de los Cuatro Ríos de Bernini en Roma. Otras dos valvas de diferente tamaño, es decir, de ejemplares distintos, la mayor de 115 centímetros de longitud, pueden verse en la histórica iglesia de San Ginés, situada en la calle del Arenal de Madrid. Además de servir como fuentes de agua bendita y pilas bautismales, las conchas de las almejas gigantes también se han usado como adornos de jardines y bebederos para pájaros.
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